Se dirigió con pereza al baño, saliendo veinte minutos después envuelta en un toallón, con el pelo mojado. Pasó por la cocina, puso a calentar el agua para el café y fue a vestirse al dormitorio. Se secó un poco el pelo oscuro largo y lacio, peinándolo aún húmedo por secciones hacia abajo, casi hasta su cintura. Mientras se miraba en el espejo, no pudo evitar que una lágrima redonda y cristalina le rodara lentamente por la mejilla hasta quedar suspendida en la comisura de los labios. Se la enjugó, pero fue en vano, otras vinieron inmediatamente a reemplazarla.
Ofuscada, dio media vuelta para alejarse del espejo y de esa imagen triste y agobiada que éste reflejaba sin ninguna consideración. En la cocina, la pava chillaba impaciente sobre la hornalla encendida. Al querer levantarla de un tirón, se quemó la mano con el mango recalentado y profirió insulto, algo raro en ella. Con forzada resignación nacida de la adversidad, se dejó caer sobre una silla donde otra oleada de llanto, esta vez más fuerte y convulsivo, la invadió con la fuerza irreprimible de una catarata. Comprendió que sería inútil tratar de sosegarla y la dejó fluir hasta agotar cada una de sus lágrimas.
Unos minutos después, ya más calmada aunque con el pulso tembloroso, se preparó una taza de café instantáneo, casi amargo, y leyó por enésima vez el contenido de la cédula de citación judicial que recibiera un par de días antes, para finalizar la negociación que haría definitivo su divorcio. Su nuevo fracaso en la vida. No podía lucir peor, era la viva estampa de la decepción y el abatimiento. Apuró su café, guardó el documento en su bolso, tomó un abrigo ligero, y sin maquillarse salió precipitadamente de su departamento.
Entonces comprendí que no tenía sentido seguir, que realmente no valía la pena presenciar veinticuatro horas de lo mismo. Esas idénticas aflicciones, aunque ahora un poco más sofisticadas, que los humanos vienen padeciendo desde hace ya miles de años, sin cambiar nada de nada. Tropezando y cayendo con la misma piedra, en el mismo camino, tantas infinitas veces como hay infinitas vidas.
Sencillamente no me interesa lo absurdo de su comportamiento y sólo me contento con poder quitarle, sin ningún esfuerzo, otro día más a la efímera existencia de Amanda.
Disculpe mis modales por no haberme presentado antes..., yo soy el tiempo.
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