| ZONA USUARIOS | ZK - SEPTIEMBRE 2009 |
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COMIENZO DE UNA HISTORIA: La puesta de sol |
Litz/ Caminaba por la acera cabizbaja. Llovía, pero no la importaba. Las gotas parecían no caer sobre ella. Sus ropas estaban empapadas, pero Silvia apenas lo notaba. Solo podía pensar en aquello, estaba atormentada por esas imágenes que sobrevolaban el tiempo una y otra vez hasta el presente y se paraban en su cabeza, como un triste pajarillo que se posa en un árbol cansado de volar. No sospechaba nada cuando pasó, era algo que ni imaginaba y cuando lo vio, no lo podía creer.
Empezaba a llover más intensamente, pero a Silvia seguía sin importarle, ahora lo que más la dolía eran las lágrimas que derramaba sin cesar. Eran tan brillantes que parecían pequeñas perlas cayendo de sus ojos azules como el cielo. Ni si quiera sabía hacia adonde la llevaban sus pies, solo caminaba. De repente se encontró frente a su casa, no quería entrar por no ver el lugar donde había sucedido todo. Pero decidió enfrentarse a sus recuerdos sabiendo que tarde o temprano tendría que hacerlo. No había nadie, Silvia fue directamente a su habitación sin mirar nada más por no recordar. Se echó en la cama y siguió llorando hasta que poco a poco se durmió, pero cayó en un sueño intranquilo en el que empezó a soñar con todo aquello desde el principio: Llamó a Jorge para quedar esa tarde en su casa. Verían una película. Silvia estaba impaciente, llevaba muchos días sin ver ni a Jorge ni a Sara, su novio y su mejor amiga, ellos tres eran inseparables, siempre estaban juntos. No había podido quedar con ellos en mucho tiempo por diversas dificultades que a los dos les habían sucedido, pero ese día por fin podrían verse. Llamaron a la puerta. Silvia corrió hacia ella y la abrió de un golpe. Jorge y Sara estaban sonrientes frente a ella. Pasaron dentro y se sentaron en el sofá. No había palomitas para comer viendo la película, pero Silvia enseguida se ofreció a ir a por ellas, no la importaba ir sola con tal de no molestar a sus invitados, pero cuando volvió a su casa hubiera preferido no salir, o mejor, no invitar a nadie. Entró en su casa, Jorge y Sara seguían allí, pero se estaban besando. Silvia se sentía caer al vacío. Sentía que no era ella la que estaba ahí de pie, en esa habitación, viendo como dos de las personas en las que más confiaba la estaban traicionando. Su mundo de ilusión y la alegría que hasta hacía unos segundos la habían embriagado, desaparecían a la velocidad de la luz. Mientras todo esto pasaba, Jorge y Sara se habían dado cuenta de su presencia y la miraban fijamente sin decir una palabra. Silvia volvió a la realidad y apartó la vista de ellos. No dijo nada, simplemente dio media vuelta y se marchó de su propia casa dejándoles allí. Nada más salir por la puerta echó a correr. Jorge y Sara salieron tras de ella y comenzaron a perseguirla por la calle, pero la rabia que ahora sentía Silvia, la hacía correr como nunca había corrido, ni si quiera Jorge podía alcanzarla. Cuando Sara y él la perdieron de vista, se miraron el uno al otro. No se dijeron nada, eran incapaces de articular ni una sola palabra, estaba avergonzados, arrepentidos, se estaban dando cuenta de todo el daño que habían causado. Ahora solo les importaba Silvia, pero no intentaron buscarla. Fueron a esconderse de lo que habían hecho, de ellos mismos, algo que no conseguirían. Silvia estaba sentada en un banco de un parque lejos de su casa, pensando una y otra vez en esa imagen del beso. Recordaba perfectamente la sonrisa ingenua de sus labios mientras ignoraba lo sucedido. Los últimos pasos que la llevaban hacía la puerta. Sacó las llaves y dio la vuelta al cerrojo y al entrar en la casa y por último la horrible escena de Sara y Jorge abrazados besándose en su sofá, en su propia casa. Todas esas imágenes la atormentaban y mataban su alma. El cielo estaba muy negro y comenzó a llover fuerte cuando hacía solo unas horas, todo estaba despejado. El tiempo parecía reflejar el estado de ánimo de Silvia, solo que su lluvia interior eran las lágrimas que ahora caían por sus ojos azules. Ella ni si quiera había notado que había empezado a llover sentada en aquel banco de madera. Ya estaba casi empapada, pero ella no lo notaba. Se levantó lentamente y en silencio, sin siquiera soltar un sonido que delatara que estaba llorando y comenzó a caminar sin rumbo, solo caminar.
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