Y el Nirvana floreció en este lugar.
Un vasto Edén existente, ostensible hasta donde la vista podía distinguir.
Sus hermosas tierras custiodiaban sus imperiosos y excelsos montes. Sus ilustres mares decidían honestamente quién visitaba sus fondos y quien toleraba sus olas. El éter de su brisa serenaba el alma y los sentidos, mitigando la aspereza y la aflicción. Sus dos soles, apenas dejaban atisbar las hermonas estrellas, el gran séquito de la Luna, pues la clausura de los rayos de uno era el preludio del amanecer del otro.
Las hebras de trigo de sus dominios eran áureas y afiladas.
Sus árboles y espesuras opulentas, muy candentes.
Sus criaturas y animales, inmortales.
Sus rayos, nubes y rocas... resplandecientes.
Es por ello que los Dioses decidieron otorgar a esta nación un patrono, un dueño que custodiara y cultivara dicho paraje, pues la pureza allí creada se encontraba libre de cuidados, además de estar subyugada al desgarro y al olvido.
Tal empresa fue oida por la Justicia, la Creencia y la Venganza.
Cada una de ellas vivía recurriendo a sus dogmas y pensamientos por el mundo y actuando en las situaciones donde se las requería: aplacar conflictos de cada bestia, fascinar con esperanza o embestir contra lo ajeno o en propia defensa. Y contando con tales atributos, todas ellas ofrecieron su mano y presencia para velar eternamente ese paraíso.
Los Dioses, perplejos por sus pretendientes, ordenaron realizar ofrendas para su palacio. Cada aspirante debería deleitar a las deidades con un método para el cuidado y regocijo del aquel Eden inmaculado, lugar terrestre donde ningún ser había pisado sus prados. Tras años de espera y meditación, la Venganza se adelantó a sus competidores:
"Oh grandes deidades del Cielo y de la Tierra -comenzó-, he aqui Venganza. Yo puedo ofrecer la calma y el amparo de aquellas vuestras llanuras tan perfectas con mis creaciones:
He hallado la Discordia, para que cada ser compita por esta tierra fecunda.
He encontrado la Codicia, para que los seres que habiten allí se vuelvan prósperos y combativos, y persigan fervientemente sus metas.
Y he topado con el Odio, para defenderla de acometidas ajenas, lejanas, externas.
He aqui mi ofrenda."
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Pocos años después, la Creencia expuso sus reflexiones:
"Oh generosos son los dioses de esta tierra excelsa -dijo-, pues grandiosa es su audiencia:
Puedo hacer que los seres que allí habitan construyan templos en vuestro honor.
Puedo instruirlos en el arte de la meditación, la paz, los principios e ideales de vuestra concepción.
Y puedo hacer que sean sumisos y vasallos de vuestro nombre, esclavos y eruditos de vuestros dogmas, para guardar la paz en esa tierra.
Yo soy vuestro humilde asistente."
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Finalmente tras siglos de espera, los dioses contemplaron la ofrenda de la Justicia:
"Grandes son mis amos supremos. Soy la Señora Justicia -comenzó-, los dioses se merecen mis humildemente creados halagos en forma de ofrendas. Contemplad:
He creado la Paz, para que todas las bestias junten su mano y reine la serenidad.
He esculpido la Verdad, para que cada palabra y disputa se solucione sin contener duda o perjuicio alguno.
Y he instaurado el Amor, mi más preciado ejercicio, con el cual la afinidad, el afecto y el apego llenarán de fragancia y equilibrio todo espacio de paraíso creado."
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Cuando los tres aspirantes expusieron sus ofrendas, se mandó recoger cada una de ellas y llevarlas al Templo de los Dioses, para observarlas y deliberar detenidamente. Uno de los siervos de la Señora Justicia fue el encargado, prescrito por ésta, de entregar los valiosos artículos producidos.
Cuando se encontraba delante de los escaños divinos entregó su mercancía. Tras esto, se despidió de los dioses, recogió la pequeña caja donde la transportaba, dio una vuelta y se dispuso a marcharse. Tras unos segundos, una adusta voz inundó todas las cúpulas del templo.
"¡Detente! -dijo uno de los dioses-. ¿Crees que puedes embaucar nuestros ojos? Has de conferirnos todas las ofrendas, otórganos la que omitiste en esa caja, la que aún llevas entre tus manos."
El siervo quedó perplejo y pensativo.
"¡Creador del Cielo y de la Tierra! -respondió el lacayo-, esta última creación no pertenece a ninguna ofrenda... es... simplemente... uno de mis ensayos y tanteos personales"
"¿De veras? Déjame ver...mmmm...interesante...bueno... mmmm... esto...esto es... ¡magnífico! -el dios quedó anonadado-, ¿qué bella ofrenda es ésta?"
"Verá... no es ninguna ofrenda, Gran Creador... -respondió-. Observé los homenajes que la Justicia, la Creencia y la Venganza os hicieron... contemplé las extraordinarias y dispares bellezas que os presentaron y... decidí crear mi propia obra, a pesar del gran atrevimiento que supone."
El dios, fascinado, comenzó a debatir en sumo silencio con las otras deidades y, tras siglos de espera, decidieron que la obra de aquel súbdito, escondida en una caja, sería la ofrenda elegida para el cuidado y protección del paraíso terrenal.
"Dime vasallo... ¿cuál es tu nombre?, ¡ah...!, ¿y cual el de tu ofrenda?" -dijeron-.
"Gran creador, mi nombres es... Destino.
Mi ofrenda...es el Hombre. ¿Porqué lo eligieron para este cometido?"
"Verás... -respondió el dios-, los obsequios presentados son interesantes, atrevidos, capaces como ningún otro... sin embargo el Hombre... el Hombre es un ser inteligente, animado, real y diáfano como ningún otro... es capaz de encontrar la paz, la verdad y el amor que la Justicia ofrecía, puede adorar, meditar y creer en nosotros, Los Dioses, sin necesidad de estímulo, y aun más es válido, tal y como planteaba la Venganza, para defender vehementemente la tierra que le será concedida. Has creado al Ser Perfecto. El hombre guardará nuestros bosques y afluentes eternos, y tu podrás morar con nosotros en nuestro templo,como muestra de nuestra gratitud."
El humilde vasallo, suspicaz por tal designio, agradeció a los dioses tal acción y llevó al hombre a aquella tierra ostentosa. Después se dirigió a las puertas del templo y obtuvo su escaño al lado de aquellas divinidades. Los dioses, al fin, podía descansar sin preocupaciones por aquel paraíso sin dueño hasta el momento.
Pronto las primeras comunidades libres surgieron. Los hombres, inteligentes y precisos, se agruparon en clanes y pequeñas sociedades. La fundación de familias, hogares y aldeas era constante, y no había lugar para la duda o la adversidad. Sin embargo, la turbación y el nerviosismo se apoderó de aquellos tres pretendientes que un día procuraron dirigir con sus obras esta hermosa tierra, pues con ellas no habían logrado su ambición.
Por un lado la Creencia, a espaldas de los dioses y de Destino, dispuso un plan de desconcierto en toda aquella Nación: instauró falsos ídolos entre las grandes masas de los hombres, inició cientos de nuevos dogmas, contendientes y opuestos entre sí y profetizó grandes lacras, pestes y trágicos destinos, de los que podían liberarse con una constante veneración hacia su persona, hasta el fin de los días.
Y los hombres así lo hicieron: apostaron por creencias divergentes, idolatraban fanáticamente figuras de cera y se sometían ambiguamente a Creencia.
Por otro lado, Venganza, también sentía vana animosidad y decidió permutar aquella aparente calma terrestre: el odio se apoderó firmemente en las acciones humanas, hasta el punto de destruirse y contender hasta la muerte, hermanos contra hermanos, padres, hijos e hijas. Condujo a los ojos de aquellos hombres la opulencia material, el poder y las influencias, la codicia, hasta rendir culto inutilmente a aquellas mercancías atesoradas. Y mantuvo separado a las familias de los territorios tras confundirlas embaucándolos falsamente: discriminación, recelo, segregación y fobias a lo externo endurecieron el carácter humano.
Sin embargo, La Señora Justicia no atribuía en vano la gran obra de su vasallo Destino, sino que reconoció su buena acción y determinación. Le proporcionó todo lo necesario para que pudieran vivir en calma y reducir el daño hecho por Creencia y por Venganza: La paz volvió a sus hogares y aldeas como en un inicio contaban, la Verdad fue el único orden y percepto divino para amenizar las buenas acciones, y el amor se erigió en el corazón de aquellos hombres, para que tomasen la importancia de la vida y consiguieran conducirla de una manera placentera y llena de ilusión.
Pero... cuando los Hombres crecieron en intelecto y conocimiento, y sus aldeas se transformaron en grandes palacios con hermosos jardines, y las bestias que habitaban por defecto en aquel Edén inmaculado fueron sometidas, su concepción de la realidad cambió:
La Paz de Justicia había desaparecido. Guerras, hambre, intereses y contiendas incesantes. La verdad se había resquebrajado. Falsa amistad, calumnias, inventos dispares y extravagantes consternaron el sosiego colectivo.
Y el amor... pese a ser la única esperanza de aquellos desdichados hombres en su historia, hacía romper el corazón en muchas ocasiones, y provocaban el mayor dolor que ningún ser podía imaginar, y un abismo incalculable bajo el desconsuelo, y un sufrimiento y agonía que se distinguían impunemente.
Bajo este incierto horizonte, la cólera de los dioses provocó gran desesperación en el resto de seres, pues su pequeño paraíso terrenal estaba ahora en manos irresponsables y desacertadas. Los hombres no habían cumplido sus expectativas. Por eso, se convocó una audiencia extraordinaria en el Templo divino, donde habían de juzgar la ineficacia y baldía habilidad humana. Tras grandes deliberaciones los dioses hablaron:
"Destino. Tu obra, inexacta en su creación y pensamiento, ha destruido con su inmoralidad, disputas y divergencias nuestra hermosa tierra amada. Por ello, ante este cónclave, te condenamos a morar y habitar hasta el fin de los días con ella, los hombres, la Humanidad. Además deberás decidir su futuro, su rumbo y su camino hasta el día que cada hombre exhale su último aliento."
Destino no pronunció palabra alguna. Sabía de la imperfección implícita de su obra, la cual no había sabido ver en un principio. El cielo se tornó rojo. Las fuertes lluvias eran ahora torrentes inconcebibles, y comenzaron a percibirse unas luminiscencias bajo las estrellas, llamadas por los humanos "rayos"...
Desde ese mismo día Destino habitó junto a su creación, los seres humanos, seres mortales y frágiles, aunque pasionales y desafiantes en su corazón.
El porvenir de cada uno y su cumplimiento fue designado al vasallo, quien otorgaría distintas cantidades de tiempo de vida para cada uno, distintos procedimientos y actuaciones, distintos hechos y hazañas, crónicas, sucesos, biografías..., distintas situaciones en el tiempo y distintos momentos en su actividad: saludables, nocivos, optimistas, afligidos, llenos de amor, de calma, de odio, de anhelo y amargura por la muerte, su partida.
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"Mi gran pregunta es si existe el destino... ¿Qué parte de mi vida dirijo y que parte ya está establecida?" |