
Pero otra Catalina entró en la vida del Rey, Catalina Parr, quien se había casado dos veces y que tenía una relación con Thomas Seymour, hermano de Jane Seymour. Catalina propició que el Rey hiciera las paces con sus dos hijas, María y Isabel, además de llevarse bien con Eduardo. Catalina, calvinista, vio como las personalidades católicas de la corte se aliaban para traicionarla ante el Rey. No obstante, Catalina consiguió mantener su cuello dado a que dijo que si alguna vez habló de religión fue para distraer a Enrique de sus dolores en las úlceras de sus piernas.
Antes de morir, Enrique puso a María y a Isabel de nuevo en la línea de sucesión, por detrás de Eduardo, aunque siguieron siendo ilegítimas. Podría decirse que fue su obsesión por la forma física la que hizo que Enrique falleciera a la edad de 55 años en la soledad de sus aposentos. Fue enterrado junto a Jane Seymour, la mujer que tomó como esposa y que fue arrebatada por unas manos que no fueron las suyas.

Enrique VIII, obeso y en sus últimos años.
Fijaros en el tamaño de su bragueta...