El sacerdote miraba el bulto que apuntaba a Floridor y luego la barriga de Ofelia: finalmente movió la cabeza, encogió levemente sus hombros y todos entraron a la iglesia. A mí no me interesaba lo del casamiento y me quedé jugando con otros niños.
En la tarde mi mamá me dijo que no comiera más golosinas, porque me iba a enfermar de la guata.
—¿Cómo la Ofelia? —pregunté cándidamente.
—Sí, hijo, como la Ofelia que comió muchos chocolates y mira como quedó.
—Sí, pero el Floridor la ayudó cuando se desmayó en el arroyo.
—¿Cuándo fue eso?
—En el verano, mamá, cuando yo fui a cazar tórtolas.
—Ejem… Y ¿Qué viste?
—Bueno, la Ofelia se enojó porque Floridor quería jugar con ella y la llevó a la rastra entre los matorrales. Estaba muy mal, porque él tuvo que sacarle sus calzones y echarse sobre ella. Le dio respiración boca a boca y la mejoró.
Mi madrecita se pasó su mano fuertemente por la cara.
—Te aconsejo que nunca más mires a la gente adulta…, menos cuando estén jugando.
El Floridor y la Ofelia cuando pasaron los años tuvieron cinco hijos. Bueno, entonces aprendí que los quejidos de ella no eran de enfermedad.
¡Ah! Y también aprendí a ser mejor cazador de tórtolas que el campesino.
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