La noche meridiano treinta mil
Dicen que la noche se levantó entre los árboles,
y que estiraba sus brazos lánguidos
negros como humo de cubierta quemada
mientras se desperezaba,
iba arrancando hilachas del ropaje pálido del atardecer
y se los comía.
En tanto el día se fundía en los pañuelos blancos
sobre las cabezas de las madres que giraban y giraban
en una plaza. A la inversa de las agujas del reloj,
el tiempo desorientado, se convertía en hojas de libros,
y canciones perdidas volvían a ser cantadas.
Acomodaba en sus senos perfumados de damas
de la noche
los gatos con ojos de moneda perfilada,
en los paredones sin veredas, siluetas cobardes
sin sombra propia.
Dicen también que la noche parió en llanto
un hijo en grises, lloró en aullidos de perros
en camas crujientes de sexo,
en taconeo de puta olvidada,
en el descanso inquieto de la mentira,
en el fogoneo de un simulacro de fusilamiento;
lo tomó entre sus manos oscuras como calles olvidadas
y lo lanzó hacia el horizonte, ahí quedó.
Y como todo se paga en la vida;
un sueño de paso lento se va inflando hacia arriba,
le va acercando una marea alta de herida abierta,
le va gritando desde la silueta abstracta
de lo diferente,