El camino más corto
Nada más llegar, un hombre de aspecto cansado y de mirada ida, le tendió un montón de ropa y la hizo pasar a una sala de paredes, techo y suelo blanco, completamente vacía.
—Cámbiese y espere a que la llamen —le espetó con voz autoritaria antes de cerrar la puerta, dejándola sola.
Su nueva vestimenta se trataba de una túnica de mangas largas y anchas que le caía hasta los pies llegando casi a tocar el suelo. Se ataba a la cintura con una cuerda trenzada color oro y para los pies le habían dado unas sencillas sandalias de cuero.
Dejó sus antiguas ropas a un lado en el suelo y esperó de pie mirando al techo.
Poco tiempo pasó hasta que una voz cantarina de mujer resonó en la sala... “Disculpe la espera, ya puede pasar a las oficinas para realizar la inscripción, gracias…”
Seguidamente una puerta que no había visto antes se abrió a un lado. Con paso titubeante se dirigió hacia allí. Al otro lado se encontró con una enorme sala de alto techo llena de gente de todas las edades y con su misma ropa, que andaban de aquí para allá cargados de papeles.
Nadie le había dicho donde debía ir así que intentó detener a la primera persona que pasó, un señor canoso que musitaba cosas mientras removía entre sus manos un montón de folletos de colores.
—Disculpe señor…
Al principio pareció no darse cuenta de su presencia por lo que le hablo con más fuerza.
—¡Perdone! —insistió.
Tras el segundo intento el hombre se sobresaltó, pero enseguida se repuso.
—¿Podría ayudarme? Acabo de llegar y no sé qué debo hacer.
—Si aún no le han asignado un grupo vaya hacia aquella ventana con el número 10 en lo alto.
—Gracias —le agradeció, pero el hombre ya se alejaba de nuevo hablando solo.