Pero...sí, es que el sombrero no le quedaba muy bien, parecía que se había puesto en la cabeza un tiesto con adornos aunque nadie se atrevió a decirle nada, claro, ni siquiera la lagartija Trapisondas que la miró con un poco de envidieja y no quiso hacerle ninguna foto.
El otro sombrero que se compró tenía unas plumas que, cuando se lo puso, más que una pequeña y dulce Babosita, parecía un gallo de pelea, sin embargo, ella se sentía feliz y no le importaban los comentarios de la gente.
Desde entonces, tampoco salía a la calle sin pintarse los morrines con el glosse brillante rosa chicle chillón que era su color preferido y todos los días, antes de acostarse, se ponía una redecilla en el pelo para que no se le deshicieran los rizos de la permanente que le había hecho la alondra Doña Copete en su peluquería, y además se cubría los ojos con un antifaz porque decía que así, por la mañana estaban más brillantes y se le veían más grandes.
Tenéis que recordar que Milagritos era una Babosa muy, pero que muy presumida
. Al pobre Tadeo lo tenía loco, cuando por la noche se iba a la cama después de estudiar toda la tarde las necesidades de la comunidad para poder ser un buen Alcalde, casi se moría del susto al ver a su mujercita de aquella guisa. Entre el antifaz y la redecilla, Milagritos parecía un extraterrestre y su marido el caracol Tadeo tenía que levantarse todas las noches a serenarse un poquito con el aire que entraba por la ventana del jardín antes de quedarse dormido.
Bueno, el caso es que entre una cosa y otra, llegó el día de la votación.