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66 Pág. Rincón policial Lobo, el detective

 

Lobo nunca había cedido ante llantos ni ruegos; su formación moral y ética lo hacían un Detective duro, temido por los bandidos e incluso por los honrados pobladores. No comprendía qué le estaba pasando; estaba listo para atrapar su pieza de caza, aprestando sus garras, pero ese algo le impedía continuar. La veía  lejana, rodeada de un cerco imposible de salvar; los pequeños se aferraban a su regazo y lo miraban con terror y  ojos llorosos. Una mano invisible apretaba la garganta del joven policía, le costaba respirar; luchaba con todas sus fuerzas por sobreponerse y continuar su faena. Logró dar un paso más hacia su víctima; ella continuaba refregando y llorando en silencio; los nenes sujetaban  aterrorizados el vestido de  mamá.

Lobo, el perro, el duro, el Detective sin piedad, sentía que su presa se le escapaba, pero… ¿Cómo? ¿Acaso los bracitos de los niños eran más fuertes que una cadena o que un acerado muro? Entendió que por primera vez estaba cayendo derrotado, no tenía fuerzas para continuar la  batalla que en su interior se había desatado como una tormenta. Se rascó la cabeza, hizo una mueca con su boca, buscó algo en el suelo y como no lo encontrara, alzándose bramó, como salvaguardando su fama.

—¡¡Qué!!... Entonces. ¿No vive aquí Rosa Pérez?

Dio media vuelta y alcanzó a ver la mirada interrogante de su subalterno, quien rápidamente franqueó su salida, haciéndose a un lado. Atrás quedó una sufrida madre, restregando ropa ajena, ahora con el agua salobre del dolor y de la miseria que rodaba por sus mejillas.

Enmudecidos policías con pasos rápidos se dirigieron a la patrullera, donde sus colegas  miraron con gravedad la tremenda lucha que hubo en el corazón de ese joven hombre; aprendieron una lección que la vida les dio y que nunca olvidarían.

Ya no había chistes ni risas, sólo el ronronear del motor que se dispuso a dejar  un barrio miserable, con el drama de la  pobreza  y del hambre; así lo vivieron Lobo, el implacable, y sus silentes colegas.

Nuevos tumbos en medio de la polvareda, la patrullera se alejó con  hombres  endurecidos que habían ganado la experiencia más rica: solidarios ante una ley inflexible que se atrevieron a quebrantar, porque tenían un corazón grande y generoso.

* Enlaces para seguir en sus aventuras al Sr. Jaime Olate:
http://escribeya.com/Oscarhugo
, http://www.letrasyalgomas.com/forum