Por JAIME OLATE



—Don Pedro, desde ese ángulo, por favor —la voz del Inspector Carrados impersonal, cortés, pero autoritaria.
El flash iluminó brevemente el cadáver del individuo ya maduro, sentado y echado hacia atrás con los brazos abiertos; sangraba del lado derecho, manchando el sillón en que murió. El fotógrafo forense se preparó para otra toma. Todos los movimientos y actuaciones parecían un bien ensayado concierto, donde el director de orquesta era el Inspector.
—Señor Mondaca, puede pasar —un joven Detective entró acompañado de otro, con una huincha tomó medidas desde la puerta al muerto y así sucesivamente, dictándole a su camarada—. Otra al revólver, por favor —nuevo destello al arma caída al lado derecho del finado—. Doctor por favor, el sitio del suceso es suyo.
El médico examinó la herida en la cabeza. Ahora el ayudante seguía anotando no las medidas, sino la voz del forense.
—Herida parece de bala, parietal derecho a tres centímetros del pabellón de la oreja… —Su voz continuó lata, monótona, indiferente. Los ayudantes desnudaron completamente el cuerpo, facilitando el examen. Terminó, diciendo…:“Mmmm, aparentemente suicidio.”