

El Cíclope de Chivilcoy
Hace ya muchos años, en tiempos cuando la población rural de las ciudades del interior de la provincia de Buenos Aires era mucho mayor de lo que es hoy, la candidez de esa gente sencilla y trabajadora en general, pero en especial la de sus niños, daba lugar a la ocurrencia de innumerables situaciones anecdóticas, realmente dignas de buenos relatos entre amigos alrededor de una fogata nocturna. Aquí va una de esas historias:
Promediaba la tarde otoñal en el campo bonaerense y los peones iban llegando de sus tareas rurales, iniciadas mucho antes de salir el sol, al casco de la estancia “La Sinforosa”, en los pagos de Chivilcoy.
Bajo el alero de tejas coloradas, entre gallinas mansas y perros haraganes, se formaban las distintas rondas para el mate cimarrón, que las chinas pizpiretas y casaderas cebaban con entusiasmo a todo el gauchaje, pero con un agregado de recatada insinuación a sus recipientes predilectos. Ellas, para la ocasión, se emperifollaban con blancas blusas almidonadas, faldones floreados, alpargatas limpias y abundante agua de colonia. El pelo, negro y brilloso, lavado con agua de lluvia y cenizas, lo partían al medio en una raya perfecta, para luego tejer dos largas trenzas que les caían con gracia hasta el busto. El mate y sus vistosas presencias, conformaban un modo de recompensa para aquellos agradecidos guerreros del duro jornal. Esa era, indudablemente, la mejor hora del día, porque el paisano sabía que allí terminaba su labor y el resto de la tarde era para el parloteo y el ocio.