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130Pág.Surrealidades El Cíclope de Chivilcoy

 

Alsacio Benitez, el joven capataz, de inagotables conocimientos camperos e inestimable capacidad organizativa y laboral, se separó del resto de la peonada para dirigirse a su propio rancho, que le correspondía por su rango y donde habitaba con su familia, a unos doscientos metros del edificio principal.

Al trasponer la puerta de entrada, apartando las finas tiras de tela ordinaria y descolorida que servía de barrera contra la invasión de moscas, entró a la cocina, la habitación principal de la humilde morada.

Allí lo esperaban Rudecinda, su mujer, sonriente con un mate recién cebado en la mano y sus dos críos, varón y niña, sentados obedientemente a la tosca mesa, haciendo los deberes que les habían dado en la escuela rural.

Alsacio, después de recibir con deleite el espumoso mate y darle un par de chupadas a la bombilla, besó en turno a su mujer y sus hijos.El varón, primogénito, que andaría a la sazón rondando los trece años, parecía muy excitado por contar algo y clamaba nerviosamente por la atención de su padre, que acababa de sentarse, exhalando un profundo suspiro de alivio, cerca del fogón, donde un buen puchero criollo se cocinaba lentamente en una olla ennegrecida por el tizne de años. Rudecinda, encogiéndose de hombros, le comentó a su marido mientras le cebaba otro mate:

—No sé que le ha picao a este gurí. Anda alborotao dende que llego ‘e la escuela y no quiere soltar prienda ‘e lo que le pasa a naides que no seas vos. L’he dicho que riespete el cansancio ‘e su tata, pero el mocoso es seguidor como perro ‘e sulky.
—Dejálo Rude, ‘ta gueno, alguna razón ha ‘e tener el pichón —Le dijo el paisano, condescendiente, a su mujer. Y después a su hijo, cuyos ojos negros brillaban exaltados y que apenas podía mantener sus nalgas apoyadas en la silla—. A ver m’hijo, largue el royo, ¿Qué le anda priocupando que se sale tanto ‘e la vaina?
—Tatita... —Le dijo su hijo con voz chillona y desmedido entusiasmo infantil, mientras que su hermana lo miraba de reojo, con bastante escepticismo—. ¡Hoy viniendo ‘e la escuela he visto un cíclope!
—¿Qué cosa...? —Preguntó azorado Alsacio.
—Un cíclope, un bicho ‘e la micología grega —aclaró el niño con orgullosa sapiencia—. Lo que nos ha estao enseñando la maestra esta mesma semana, tata.
—¿Y qué’s lo que’s eso, gurí? —Cuestionó el gaucho, rascándose una mejilla barbuda.
—Un grandote maula, cabezón y bocudo, con un solo ojo en la jeta —le explicó su hijo con elocuentes ademanes, aumentando su excitación por el interés suscitado en su padre.