—¡Suéltala! ¡Suéltala! —se oía gritar entre un alboroto general.
El caracol Tadeo, al oír los gritos, dejó plantado con la palabra en el pico al Presidente de la Comunidad Don Búho Miratodo con el que se encontraba hablando sobre la economía del jardín y que, aquel día, se había puesto el chaqué con pantalón a rayas que sólo usaba en ocasiones importantes, para salir corriendo seguido de Milagritos hacia donde estaban sus dos pequeños hijos.
A Milagritos, al ver lo que sucedía le dio un ataque de histeria y empezó a patalear, se quitó el sombrero y comenzó a darle sombrerazos a un enorme cuervo que llevaba en su pico a la pequeña babosita Maritere a la cual había sacado de su cunita con la intención de zampársela.
Los gritos cada vez eran más espeluznantes y cada cual hacía lo que podía para que aquel oscuro pájaro devolviera a la babosita sana y salva. Las mujeres le sacudían con sus bolsos, los hombres sólo intentaban hablar con serenidad, como siempre hacen, para poner orden en la situación, pero nadie les oía ni les hacía caso, y el pobre Tadeo, mientras lloraba a lágrima viva, agarró el bastón de un ciempiés cojo que estaba a su lado de mirón y comenzó a darle bastonazos en el pico al cuervo hasta que éste, asustado ante tanto alboroto, soltó a la babosita.
Milagritos, descompuesta, la cogió entre sus brazos y comenzó a acunarla al mismo tiempo que Tadeo buscaba a la Mariquita Antoñita que era la médico que les correspondía por la Seguridad Social y que rápidamente se puso las gafas, y con el fonendoscopio en los oídos empezó a auscultar a Maritere. Se hizo el silencio en el jardín a la espera del diagnóstico y al cabo de unos minutos, la Doctora Antoñita se quitó las gafas y el fonendoscopio y levantando las manos para tranquilizar a todos, dijo: