Apenas pasado su medio siglo, se consideraba prematuramente a mano con la vida. Ya nada más trataría de sacarle, ni tampoco nada más le ofrecería. Era un tipo que odiaba las responsabilidades, y con cada año que pasaba, se sentía feliz de poder sacarse alguna más de encima. Cuanto menos se esperara de él, en todo sentido, mucho más tranquilo se lo veía en ese capullo artificial que había confeccionado para su propio bienestar. Creo adivinar que las palabras que más amaba del idioma, eran sin duda los términos “delegar” y “yo”.
Poco a poco, se fue desentendiendo de su trabajo, que mucho no le retribuía pero que nada le exigía. En estas latitudes, la mayoría de las veces, el sueldo del empleado estatal no hace rico a nadie, pero es algo seguro y a largo plazo, que mantiene modestamente a varios holgazanes de pura cepa, sin pujanza para intentar el logro de sus ambiciones personales por medio del esfuerzo.
Luego, paulatinamente, fue cortando el contacto con aquellos familiares cuyos domicilios excedían los límites de su pequeña ciudad. A Gauna no le gustaba esa zona gris, incontrolable, preñada de imprevistos que a menudo solían tener los viajes.
Después, fueron las tareas de mantenimiento de la casa, las que iba espaciando cada vez más, hasta que su mujer, harta de verse avasallada por un sinfín de molestas averías menores y de pedir en vano, tomó esa posta con todo lo que ella misma era capaz de hacer, teniendo en cuenta sus muchas limitaciones en el manejo de herramientas.
Cuando sus hijos alcanzaron la mayoría de edad, hubo, afortunadamente para Gauna, un muy importante quite de peso de esas grandes responsabilidades que abrumaban sus estrechos hombros.
Jamás cultivó amistades verdaderas. Solamente conocidos. Los verdaderos amigos significaban la posibilidad de tener que estar presente en sus momentos difíciles, cuando ellos lo necesitaran. Y Rodolfo Gauna nunca tuvo intenciones de correr con tal riesgo de verse obligado a dar.
De lunes a viernes, después del trabajo, la siesta y el club, tenía distintas asignaciones fijas para sus actividades, que no podían ni debían ser alteradas por ningún motivo. Por ejemplo, los lunes estaban dedicados a mirar televisión cómodamente instalado en el sillón del living, mientras esperaba que su esposa preparara la cena.
Porque era el comienzo de la semana y debía iniciarla evitando estresarse de entrada con cualquier forma de preocupación.