Inglaterra y Noruega ofrecen su ayuda para rescatar a los marineros, pero sistemáticamente las autoridades rusas rechazan toda injerencia extranjera.
Durante toda una semana los familiares y la prensa nacional e internacional presionan al gobierno para que rescate a los tripulantes, esto lleva a Putin a autorizar las operaciones de rescate.
Inglaterra envía el Norman Pionner y Noruega el Seaway Eagle con submarinistas noruegos y británicos, estos logran abrir la escotilla y comprueban que el interior está inundado y no hay supervivientes.
Putin nombra a Vladimir Ustinov, el Fiscal General, para que dirija las investigaciones, cuyas conclusiones son que el accidente se debió a la filtración de peróxido de hidrógeno a través de la herrumbre en la carcasa de un torpedo en malas condiciones, el cual reaccionó con cobre y latón en el interior del tubo de disparo ocasionando la reacción en cadena que causó la explosión inicial.
El gobierno ruso designó a la empresa holandesa Mammoet para que se encargara de la operación de reflotamiento; la barcaza Giant-4 debía transportar la nave a un dique seco.
El 8 de octubre de 2001, el Kursk, vuelve a ver la superficie, y se recuperan 115 de los 118 tripulantes, junto con tres notas de uno de los marineros que se habían refugiado en la popa. Solo dos de estas cartas se hicieron públicas y no en su totalidad, la tercera fue clasificada como máximo secreto. Según el contenido, los hombres habían logrado sobrevivir durante seis días.
La proa se separó del resto del barco y fue abandonada en el fondo, posteriormente sería destruida. Por su parte el cuerpo de la nave fue desarmado y fundido; sus reactores fueron desensamblados en 2003.
Como para poner un punto final a todo lo relacionado con la tragedia, los familiares de los tripulantes recibieron una indemnización de entre 19.000 € y 27.000 €, cosa inédita en Rusia, y fueron levantados dos monumentos en honor a los fallecidos, uno en Moscú y otro en la base naval de Vidyaevo.