Entré en estado de shock. Me quedé sin palabras, solo lo miraba fijamente sin decir nada. Después de un rato, reaccioné.
—¿Qué haces aquí?
—Nada... —contestó él—, solo de vez en cuando paso a verte.
—¿Desde cuándo haces esto?
—Todo el tiempo. Nunca te he olvidado.
—¿Cómo están tus hijos?
—Bien gracias.
Un niño precioso que le llamaba papá, le acompañaba. Era extraño verlo con hijos, como me imagino que le resultaría extraño verme convertida en mamá. Pero eso no fue lo más difícil de sobrellevar. Lo más difícil vendría después.
En ese momento solo el verlo me hacía sentir culpable. Salvador lo señalaba de ese modo cada vez que alguien se me acercaba; era algo malo me decía, que yo incitaba y daba lugar a que se me insinuaran y que esa conducta no era propia de una señora. Así que el ver a esa persona frente a mí, ya me hacía sentir sucia, sobre todo porque lo conocía y muy bien. Un lazo muy fuerte de amor me había unido a esa persona. Me sentía incómoda, no podía evitar mirar para todos lados como si fuera pecado... aunque había una barda que nos separaba, reconozco que por unos momentos hubo un intercambio de miradas que nos acercaban y los recuerdos inevitablemente, nos invadieron, despertando emociones y nostalgia.
Esa persona había sido importante en mi vida durante cinco años antes de casarme. Cuando di por terminada nuestra relación, entró en acción Salvador con su canción... “Él no te quiere… si te quisiera estaría aquí contigo y se fue...”, “Él no te quiere... si te quisiera él estuviera aquí contigo y se fue...” Tanto me lo repitió que lo di por hecho y Salvador pasó a ser como el hombre más hermoso de la tierra por estar cercano a mí. Pero ahora a solas, ese encuentro me hizo recapacitar, y en mis pensamientos me repetía... “Salvador no te quiere, si te quisiera te trataría muy bien...” “Salvador no te quiere, si te quisiera te trataría muy bien...” Y no era así. Cada día, la vida parecía querer ensañarse conmigo castigándome por no haberme quedado con él.