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55Pág.Pensamientos y esperanzas Ustedes los machos y nosotras las hembras

 

¡Todos esos pequeños detalles  cómo los extrañaba! Aunque no lo crean,  ya no me acordaba de esas cosas bellas... Es difícil de explicar, pero se habían quedado poco a poco en el olvido, para solo tener en mi mente vivas y frescas las palabras horribles, los empujones y las discusiones diarias.

También  me gustaba bailar... ¡Oh, cómo olvidarlo!  Una sonrisa se me dibujó enseguida. Me gustaba bailar, ¡síiiii! Íbamos a bailar y reía,  reía mucho y bailaba como la muñequita de esa cajita mágica que se le da cuerda y al son de la música da vueltas con su traje de bailarina... Como cuando en mi niñez me regalaron una. ¡Sí! Lo recordaba y el recordar me hacía por unos momentos, volver a vivir. Así que pase varios días y los días se hicieron semanas,  reviviendo un pasado lindo,  lleno de vida.  Y  al terminar el sueño, sucumbía a la tristeza.

Más agobio experimentaba cada vez  que me enfrentaba a los agravios de Salvador. Era inaguantable. Creo que para mí  todo fue diferente desde el momento que volvió la remembranza. Lo noté en mi rostro, que fue cambiando, tornándose pálido, sin ningún aspecto de vida. Eso también me lo decían aquellos conocidos con quienes me cruzaba por la calle: “No te conocí… te ves muy diferente...”

Era mi verdad, estaba entre dos paredes y mi espejo... Un rostro que retumbaba entre todas las formas más horribles que un hombre pudo tratarme y otra que intentaba resurgir de entre los recuerdos más bonitos, de los que no quería separarse más. ¡Y se viven!  Gritaba.

Entraba a la ducha y era tan doloroso encontrarme sola entre esas gotas que mancillaban  mi cuerpo desnudo. Tenía la necesidad de sentirme querida y apreciada.  Le quitaba la tapadera para que el groso chorro de agua callera en mi piel y me recordaba con su tibieza y su fuerza  a un abrazo humano y que este me abrazaba por completo. Todo lo hacía cerrando los ojos para vivirlo... Pero al mismo tiempo iba deslizándome hacia el piso, poco a poco con mis lágrimas que caían en silencio, porque nadie me podía escuchar y era mi tiempo para desahogar todo lo que me dolía sin que nadie me viese. Así  me quedaba enroscada como una niña pequeñita. Tocando con mi barbilla mis rodillas y rodeando con mis brazos mi cuerpo, al mismo tiempo que el chorro de agua cubría mi piel… no quería levantarme de ahí.