Yo las observaba desde la ventanilla, nuevamente comencé a sentir como algo me cortaba la respiración y mis ojos se inundaban de lágrimas, que tapaba con mis lentes oscuros sin voltear a ver a nadie para no delatar mi angustia. Siempre lo mismo. Tapaba todo cuanto pudiera notarse, para quedar sola con mi sentir, con mi desesperación. Poco a poco me iba encontrando otra vez mi realidad y no me gustaba, se me hacia insoportable ver de nuevo el sol en la misma habitación. Otra vez enfrentarme a las noches, sinónimo de maltrato... Me daba mucho miedo volver. Sí, me resistía a volver, quería tomar la dirección del avión y gritar que regresara, que no aterrizara. Pero sabía que eso no sucedería.
Mi madre en total silencio, de vez en cuando la miraba de reojo. Sabía que ella observaba atenta a todas mis transformaciones. Era como una mariposa que quería volar con alas llenas de colores y majestuosas y estaba en ese punto donde me quedaba atrapada en el caparazón del gusano maldecido, que solo puede arrastrarse para quedarse enroscado y dormido. Pero en la mente de mi madre estaba confirmándose una cosa: Su hija tan grande y tan frágil a la vez, ¡necesitaba ayuda!
Al bajar del avión, nos fuimos a casa y por dentro tenía un temblor aparentando con mi chamarra y mi voz entrecortada que todo estaba bien. Saludé a Salvador con educación y una sonrisa fingida, pero nadie engaña a una madre, quién detectó que algo muy delicado ocurría, así que no quiso quedarse conmigo y se fue a su casa, una que tenía en la misma ciudad. Al despedirse me dijo, vas conmigo mañana porque quiero que juntas consultemos a un profesional. Yo le respondí que no se preocupara, pero ella fue muy clara y fuerte cuando volvió a repetir: necesitas ayuda y no me iré de aquí hasta que te vean.
Estaba empezando a reaccionar, como si la liga que me habían puesto en mi piel me la estuvieran quitando y mi carne adormecida ya no sabía si quedarse así para siempre o dejar correr la sangre por sus venas. Se acercaba la hora de irme, pero... ¿Cómo hacerlo si me sentía amarrada a mi esposo con un lazo tan fuerte que no podía romper?
Salvador solo se mofo de mi comportamiento y me dijo: “¡Sí, necesitas ir a que te vean, porque estás loca!”.