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65Pág.Rincón policial El Inspector Carrados

 

El Inspector hizo  una leve inclinación de cabeza y se retiró. En el pasillo estaba su inquieto y vivaz ayudante, el Detective González.
   —Y, Jefe... ¿cómo le fue con el viejo?
   —Señor González, le ruego que no trate más de viejo al viejo Prefecto.
González, mientras caminaban a la salida del cuartel, espió  a Carrados con un ojo, pues el otro lo cerró en un cómico guiño. Estaba ya acostumbrándose  a su extraño sentido del humor;   los guardias uniformados  vieron salir a un cortés Inspector, que saludó muy serio y a su ayudante que trataba  de contener la risa.
En su automóvil particular, Carrados  le relató el extraño caso que debían dilucidar y le recalcó la necesidad de guardar el secreto de la investigación.
   —Pero, Jefe  y… ¿por dónde comenzamos a escarbar?  No tenemos ni una miserable pista, sólo lo que dicen los diarios, la radio y la televisión…
Carrados se tomó el lóbulo de su oreja derecha y lo acarició con la mirada perdida entre el gentío que circulaba por la vía.
   —Repasaremos  la investigación del Comisario Gonzaga, un buen investigador, lo mismo que su equipo.  Vamos a visitar la morgue y examinar algunos cadáveres.

 

*Una Muerte Silenciosa

Un joven y guapo rubio, vestido con una bata blanca, con sus azules ojos miró al Inspector Carrados. El guardia del Instituto Médico Legal lo había ido a buscar cuando preguntó por el médico forense de turno;  nunca pensó nuestro héroe que iba a ser recibido  con una alegre carcajada y un abrazo.

   —¡Pero  sí  es José Carrados, “El Callado”! —su voz sonaba  entre jubilosa y cómica—. Vaya, si sigues igual que cuando éramos compañeros de curso en la secundaria.  La misma cara… —lo tomó de los hombros y con preocupación muy teatral—. Mmmmm, ¿Estás seguro Carrados que no sufres de parálisis facial?
     Miró al joven Detective que esperaba expectante detrás de su jefe, le hizo un guiño sin soltar a su presa. El ayudante estaba inquieto, pues no sabía qué actitud tomar; es más, miraba al alegre rubio como si fuera un sacrílego, no podía creer que alguien se burlara de “Su Jefe”, el  SEÑOR  Carrados.
   — Vamos hombre, no me reconoces…
   —Por supuesto Doctor Scapinni, te recuerdo muy bien.
   —¡Ah, al fin el famoso Inspector Carrados y su ayudante el Detective… ¿González? —asintió el muchacho—, se dignan a venir a ver a este pobre y anónimo médico forense que no aparece   fotografiado en la prensa y perseguido por la televisión como su condiscípulo.