—Respira profundo —me decía la doctora hasta que se fue calmando mi estado agitado a uno más tranquilo.
Entonces comprendí que empezaba a transitar por el duro sendero de mi recuperación. Me ha costado mucho quererme, más aún cuando me han dejado destrozada todos mis errores, pero algo tenía que hacer y había que hacerlo en la forma más inteligente posible.
Cada vez que tenía un problema, me sentía ahogada y pensaba que iba desertar de mi transformación a la libertad, corría a llamar a mi amiga Valeria, que enseguida me hacia unas cuantas preguntas, me daba ánimo y poco a poco me hacía reaccionar. Se volvió ese imprescindible antídoto ante las amargas palabras que escuchaba diariamente.
Ya había un acuerdo: llaves de la casa, llaves del carro y dinero por si debía salir de inmediato de las agresiones verbales o incitaciones a violencia que tuviera. Debía aprender a poner límites.
Fue muy difícil para mí, después de estar envuelta en ese círculo vicioso, pero tenía que asirme fuertemente de mis ganas de tener una vida mejor. ¡Quería ser feliz!, de modo que tenía que reaccionar.
Recuerdo una ocasión en que estábamos en el mercado, Salvador empezó a gritarme “pendeja, babosa,...”. Yo tenía que cumplir con lo pactado, estaba aprendiendo a salirme de ese ambiente. Miraba desde el cuarto contiguo la máquina registradora donde estaba Salvador. Me aseguré que estuviese ocupado. Al mismo tiempo, veía el carro aparcado enfrente de la puerta y a su vez... a mis hijas asustadas por los gritos. Esperé ansiosa que tuviera suficientes clientes que atender para salir corriendo.
Temblando decía y repetía: “Debes de salir de aquí, recuerda que no debes responder porque se produce más violencia”. Miraba el escenario, el número de personas era importante, una no era suficiente, no me daría el tiempo necesario para tomar todas mis cosas, abrazar a mi bebe, tomar de la mano a la pequeña y llegar hasta el automóvil. Entre tanto el alma se me encogía al ver la carita de mi hija mayor, con sus ojitos angustiados, cuando de pronto me pregunta:
—Mamá, ¿por qué te dice papá así?
—No hagas caso mi niña, ¡ahorita nos vamos a ir!
— ¿Y por qué mamá?
—Porque es mejor. Así, no podrá papá gritarnos. ¿Quieres que nos vayamos hija?
—Sí mami, ¡no quiero ver a mi papá enojado!