siguiente
anterior
51 Pág. Pensamientos y esperanzas Ustedes los machos y nosotras las hembras

 

Tras la puerta estaba él, tratando de abrir la puerta con un cuchillo, adentro me encontraba yo, sumida en pánico tapando más y más mis gritos, para no despertar a mis hijas. Escuchaba que me decía: “vas a ver cabrona, ahora sí vas a ver, cabrona”. En mi encierro rezaba para que no ocurriera nada, mis dientes apretados, mientras intentaba lograr  serenarme,  al tiempo que me abrazaba más fuerte a la almohada. Todo eso sucedía durante la madrugada... con el grillo cantando de fondo, una mujer llorando y un hombre que despedía violencia. Abrió la puerta súbitamente.

—¿Así? ¡Ya no puedo más, ahora vas a ser mía, porque eres mi esposa, y mientras seas mi esposa,  harás lo que toda mujer tiene que hacer con su marido!
—¡No!  —le decía—. ¡Déjame tranquila!

Pero podía más su instinto animal que otra cosa. Era una revolución de alcohol con orgullo y animal lastimado.  Sentía  mucho miedo de él. Traté de quitarme de entre sus brazos, no dejando la almohada... pero todo fue inútil, su fuerza  significaba más que los cincuenta kilos que constituían mi cuerpo.  “¡No, no me hagas nada. Yo no quiero!” gritaba  mientras intentaba alejarme de él, hacia el otro lado de la habitación.  Su respiración era cada vez más fuerte, acompañada de unos ojos que brillaban de ira dentro de la oscura noche.  “Por favor déjame”, le suplicaba. Como un loco me tomó de las manos y me llevó hacia la cama, arrancó mi ropa con sus manos (la ropa que traía era un pijama que fácilmente se podía romper), por todos los medios trataba de no hacer ruido, por lo que me di por vencida. Dejé que hiciera lo que quisiera, mientras en silencio rogaba que todo acabara pronto.  Sin embargo, no dejaba de rebajarme, aún cediendo a sus caprichos, seguía insultándome: “mendiga me has hecho sufrir y  me ha dolido, pero entiende, que mientras que estés aquí, harás lo que yo quiera”.

Mis lágrimas brotaban incesantes, empapándome;  sintiendo  sus manos sucias y su boca  laceraba todo mi cuerpo y yo allí ahí dejándome vencer. ¿Qué más podía hacer ante su fuerza?  Mis niñas en el cuarto contiguo dormiditas, eso era lo que más me importaba, que ellas no vieran ese cuadro tan asquerosamente forcejeado. Y que no supieran nada, era mi prioridad.

Por fin terminó su tarea, se fue más tranquilo,  yo me quedé arrancando  todo su olor de mi cuerpo con mis manos, mientras  trataba de ponerme algo encima. Agarré una cobija que había en la camita pequeña y a modo de abrazo envolví otra vez a mi cuerpo, ovillándome en esa postura, tal como niña desterrada en una esquina, abrazando la almohada tratando de amortiguar mi llanto. Toda la noche estuve así, llorando y gritando de dolor,  mientras él, solo salió, miro a nuestras hijas, les dijo que las quería mucho, en voz baja y se dispuso a dormir.