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55 Pág. Pensamientos y esperanzas Ustedes los machos y nosotras las hembras

 

Me dejó sin palabras.  Una verdad dentro de tantas verdades, que me despertó de mi sueño de las culpas.  Nadie había decidido nada por mí,  solamente yo era la que había puesto mi mano para que me la jalara,  ¡solamente yo!  De modo que era la  que debía decidir salirme de ahí,  porque nadie lo haría por mí.  Unas palabras tan ciertas, para su edad, hicieron que reaccionara de tal manera que no me quedó la menor duda que era tiempo de retirarme y que no tenía por qué dejar a mis hijas en un ambiente tan miserable, carente de amor y ternura, cuando en realidad, merecían una vida de amabilidad y no de gritos. Tenían que aprender a como diera lugar, a vivir bien y ser lo mejor en la vida.

Me quedé sin palabras...  solo alcancé a sollozar y decir: ¡Mi hija tiene razón...!

Pase esa noche pensando hasta que quedé agotada de tanto darle vuelta a la situación, era el día que Salvador bebía, así que seguro llegaría muy de mañana,  por suerte ese día solo me gritó un par de cosas.  Pero,  ¿saben una cosa?  Se detuvo el llanto, no  más llanto.  No sé por qué,  pero súbitamente todo mi mundo giró,  nada de lo que dijera  me lastimaba. Todo se volvió diferente ante mi vista y mis oídos. Amaneció con otro color la vida, con otra forma, ya no era sombría ni cuadrada. Empezaba a percibir un aire suave, renovado  y tenía que disfrutarlo.

La vida seguía su curso y yo estaba empezando a saber aprovechar el momento.  De repente sonó el teléfono.  Era mi hermano quién por casualidad se encontraba en la ciudad y sin pensarlo surgió la pregunta mágica:

—¿Tienes el carro grande?
—Sí —me contestó—. ¿Por qué?
—¿Podrías venir por mí y sacar algunas cosas de este departamento?
—Sí, pero ¿estás segura?
—¡Sí, me voy!

Para esto Salvador se había levantado y había salido hacía un rato. Por lo regular se iba por varias horas y me apuré a tomar todo lo más necesario.  “¿Qué más necesito? ¿Qué más necesito?,  ¡vamos, antes que Salvador llegue…!

Preparando las cosas me inducía prisa.  Llevaba solo una cama, unas cobijas, ropa de las niñas, sus biberones... todo muy minuciosamente  escogido para no volver hacia atrás.

Dejaría todo lo que había comprado por años con la esperanza de un hogar feliz, y parte de mi vida en ese departamento hermoso,  pero vacío de risas, vacío de libertad y de amor.