—¿Está seguro Inspector que esto tiene olor a artes marciales? —su voz no tenía acento alguno, como se pudiera suponer, pues hablaba nuestro idioma perfectamente.
—Sí, maestro Ling Fú, las lesiones mortales están hechas por gente que conoce de karate.
—Mmmmm —la mirada del anciano se perdió en el espacio—, hay mucha gente que puede provocar estas muertes. Por ejemplo hay colegas suyos que son excelentes luchadores y que todavía vienen a este humilde lugar a practicar nuestro arte.
Carrados lo miró interrogante.
—Sí, amigo Carrados, hay gente retirada de sus filas que podrían ser maestros si quisieran. Esta tarde precisamente viene un grupo de diez ex Detectives; acuden hasta tres veces por semana. Se me ocurre que pueden ser de excelente ayuda en sus pesquisas.
Ya en la calle González no pudo dejar de comentar.
—Jefe, si lo hacemos con cautela podremos obtener información de los viejos.
—Señor González, no existen los Detectives viejos, pues es toda una vida que llevan en su cuerpo y mente, conocimientos y habilidades que tanto les costó aprender.
Claro, debemos dejar fuera a los enfermos e inválidos.
—¿Qué… quiere decir, Jefe, que… —su mirada entre interrogante y sorprendida cayó sobre Carrados—, …puede ser un grupo de funcionarios en retiro los autores…?
El sabueso le dio una extraña mirada, con un brillo que bien conocía el ayudante.
—Señor González, los autores pudieron ser hasta marcianos. Lo único que dije fue que un Detective sigue siendo policía toda su vida; no necesariamente pudieron ser ellos los criminales.
Nuevamente su superior jerárquico cayó en ese estado “catatónico”, al decir de González, silencio absoluto; se detuvieron junto a una vitrina de una tienda como si estuvieran mirando la mercadería, pero la verdad es que estaban sumidos en sus propios pensamientos. Finalmente, el Inspector movió su cuello en un claro ejercicio para soltar sus músculos y se dio vuelta a mirarlo.