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63 Pág. Rincón pilicial El inspector Carrados

 

Los  ex funcionarios volvieron a sus prácticas, observados por los admirados ojos de los dos jóvenes policías. Movimientos  perfectos, energía y admirable agilidad mostraron estos “ancianos” Detectives jubilados. 

Cuando terminaron  los rodearon de nuevo, sin señales de cansancio  e invitaron a su casino; querían celebrar a ambos policías por sus famosas diligencias salidas en la prensa.

 Carrados comprendió que era la oportunidad para interrogarlos con disimulo en una reunión donde, seguramente,  habría bebidas alcohólicas que soltarían las lenguas.

Una vez en el local de los funcionarios en retiro, si esperaban ver a ex Detectives comiendo como cerdos y beber hasta emborracharse, ambos muchachos se llevaron feroz desilusión.

Los maduros y ágiles deportistas se comportaron como tales, es decir escasamente comieron y bebieron gaseosas.  El casino aparentemente era ocupado  solamente por ellos, detrás del mesón había pocas botellas con alcohol, casi parecía una fuente de soda.

—Aquí  estamos  los “viejitos”  —comentó riendo el Comisario Galleguillos, quien fue su Jefe directo poco antes de acogerse a retiro. Lo recordó siempre delgado, ágil, tremendamente valiente; su orgullo personal era ir delante de sus funcionarios en los enfrentamientos, el primero en echar una puerta abajo, exponiéndose a recibir balazos. Pero lo más claro que recordaba de él, eran los golpes con que derribaba a delincuentes armados de cuchillos, mientras sonreía  como si gozara con sus hazañas; golpes precisos para dejar fuera de combate aún a los más fornidos hampones. Recordaba también su extraordinaria rapidez para sacar su pistola y disparar muy cerca de las orejas de los bandidos quienes, naturalmente, quedaban paralizados al sentir zumbar tan cerca la muerte.  La parte curiosa, que todos comentaban cuando dirigía al grupo, lo constituía que nunca  mató o siquiera hirió a los antisociales;  les recomendaba a todos que era un lío herir o matar a un bandido; porque había que ir a declarar a los tribunales, responder a los fiscales de la institución y quedar suspendido de sus trabajos, que se acumulaba en tanto no salieran del problema.

Tomó  al Inspector Carrados de un brazo suavemente y lo invitó a un reservado, un pequeño cuarto donde apenas cabía una mesa y dos sillas.

Hizo una seña al encargado del bar y a todos, incluyendo a González, quería hablar a solas con él.