Otra seña y detrás de los jóvenes policías cinco manos hicieron zumbar cinco puñales que se clavaron justo en la garganta de los monigotes, donde antes habían hecho blanco los balines.
Un movimiento de su mano y ágilmente cinco de estos maduros hombres corrieron y con un salto y un pequeño giro simultáneo golpearon con el antebrazo sobre la oreja a cada muñeco.
En medio del silencio se escuchó el chasquido de rotura de los cuellos y las cabezas rodaron por el suelo, produciendo un escalofrío al joven Detective González que no pudo evitar cerrar los ojos un par de segundos, pues estaban presenciando no sólo la gran habilidad de un grupo de Jefes en Retiro de la policía, sino que estaban ante la presencia de los ejecutores de los criminales.
Comprendía que esto tomaba un cariz muy desagradable para él y en especial para el Inspector Carrados que nunca ocultó su admiración y cariño, a su manera, por el Comisario Galleguillos. La cuestión para el joven Detective era: ¿Iban a salir con vida de esta aventura? Como policías honestos debían detener a los infractores de la ley, pero ¿Qué podían hacer contra expertos en matar sin armas de fuego?
—Inspector Carrados, Detective González —la voz estrangulada del Jefe Galleguillos sonaba extraña y fuerte en medio del silencio de la sala y su mirada ansiosa estaba pegada en el rostro pétreo de Carrados—, les rogamos que se unan a nosotros, pues la ley, la justicia y la policía nada pueden hacer para detener esta ola violentista y descarada de los hampones…
El silencio se hizo insoportable, el grupo de hombres que miraba a los dos jóvenes policías parecían sacados de antiguos cartelones del cine.
—Si no aceptan…—continuó la voz de Galleguillos—, nos juramentamos que la vida truncada de uno solo de nuestro grupo, era suficiente para disolver este escuadrón y cada uno… para su casa a llevar una vida normal.
Carrados lo miraba con infinita compasión y… en un impulso que nunca vieron en el joven, éste se abalanzó sobre su querido Jefe y lo abrazó fuertemente. Fue sólo un segundo, pues lo soltó, dio media vuelta y tocó el brazo de su ayudante; los veteranos les abrieron paso y salieron a la calle.
—¡¡¡Por favor, Carrados!!! —fue el bramido desgarrador que escucharon desde el interior del casino.