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16 Pág. Música Esteban Isnardi

 

—Además de todo lo que nos contaste, ¿has realizado otro tipo de actividades o estudios?

—No tengo absolutamente ningún diploma. Soy un “self made man”. En el ‘86 abandoné mi último año de secundaria (tras haber repetido) y me fui a hacer caricaturas en la calle en varios países de Europa, con mayor o menor éxito.

Volvía a Ginebra (donde aún viven mis padres) y volvía a salir. A raíz de una portada que realicé en una revista Suiza se abrieron las puertas de otras publicaciones. Mi pasión era la poesía. Pasé 10 años instruyéndome y escribiendo en bares, sobre todo en el Remor (Ginebra) que antes te mencionara, al mejor estilo bohemio, reemplazando los bancos de escuela por los del boliche.

Me llamaban el poeta de los cortados. Nunca tomaba alcohol ni fumaba. El asceta en un mundo (el del arte), harto frecuentado por substancias múltiples.

Para vivir hacía de todo: trabajé con niños y con ancianos; hice limpiezas, mudanzas; fui detective privado (malísimo) en Barcelona, traductor, trabajé en seguridad, pedí la ayuda del Estado...

Tras comprobar, con mis pocas publicaciones y papeles en el mundo del teatro, que mi talento no era lo que yo creía o esperaba, y coincidiendo con el nacimiento de mi hija Clara (11-11-1999), me volqué profesionalmente a la salsa, pues intuí que allí estaba mi vía y la viabilidad de mi papel de padre en lo económico.

Al enterarme que Valeria (nos separamos hace una década) estaba embarazada pensé: A mi hij@, yo vivo, nunca le faltará nada.

—El baile lleva contigo, me imagino que muchos años, pero ¿cuánto tiempo haciéndolo profesionalmente?

—Como decía, empecé de muy niño moviéndome al son de los tamboriles, con el candombe. Diré entonces que 40 años... Toda una vida. Salsa pura, hace unos 30. Enseño hace unos 18, fundé mi escuela y vivo exclusivamente de eso hace 11. ¡La edad de Clara! ¿No te decía?

—¿Hoy en día resides y trabajas en Suiza?

—Sí, desde que llegué me quedé. Tuve también residencia en Barcelona en el principio de los ‘90, pero iba y venía. Pasa que Ginebra no es la típica y tópica Suiza, cerrada, fría, desconfiada. ¿La razón? ¡Hay más de un 40% de extranjeros!