—Uuuh, hijo, esa casa se encuentra abandonada desde hace unos treinta años.
—Pero papá, allí vive una niña que me mira por la ventana cuando paso. Deben ser nuevos inquilinos.
Mi madre, que escuchaba nuestra conversación, se interesó en el tema.
—Seguro que llegaron nuevos vecinos.
Un día me decidí y, al verla en la ventana, entré para preguntarle por qué no iba a clases. La chica no escapó y entreabrió la ventana, su voz melodiosa y sonriente nunca la podré olvidar.
—Hola, me llamo Liber, de Libertad. Y tú ¿Cuál es tu nombre?
E iniciamos una breve conversación; le pregunté por qué no iba a clases como todos los niños.
—Mis padres no me dejan salir.
—¿Estás enferma?
Una sombra de tristeza oscureció su mirada.
—No, pero nunca podré salir…
Sus bellos ojos se llenaron de lágrimas y cerró la ventana. Me retiré intrigado, pues la situación era misteriosa.
Al día siguiente no podía dar crédito a lo que veían mis ojos; la casa estaba en llamas y los bomberos trataban de apagar el incendio. Mi padre estaba con un vecino como espectadores.
—Hijo, de acuerdo con lo que nos contaste, acabo de averiguar con otro vecinos. Allí no vivía nadie, debes haber soñado viendo a una niña.
—¡No, padre, no lo he soñado! Allí conocí a una niña llamada Liber o Libertad.
Mi viejo y su amigo se miraron con cara de espanto.
—No puede ser hijo, ocurre que hace treinta años vivía allí un matrimonio que fue asaltado y los bandidos los mataron a los tres. La niña, de unos diez u once años se llamaba Libertad…