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121 Pág. Escritores Magda R. Martín

 

Me acerqué a la ventana. Al arrancar un trozo de la madera claveteada  y podrida que la cubría, entró por el hueco un resquicio de luz que iluminó tenuemente la estancia. Comencé a recorrer las habitaciones mientras con la imaginación, ubicaba en ellas a cada persona de mi familia. En un cuarto interior, en uno de los rincones, escondido en la penumbra entre un montón de telarañas, se encontraba un armario desvencijado no recordado. No tenía puertas, sólo permanecían en su sitio algunos cajones que parecían intactos. Sin saber por qué, el lugar me intimidaba,  percibí la presencia de una fuerte energía. Me disponía a salir cuando una ráfaga de aire me dejó helada; no era posible, allí todo estaba cerrado, no podía haber corriente. Encendí el mechero para cerciorarme y comprobé como la llama se mantenía vertical, esto daba certeza a mi pensamiento y me asustó, allí se encontraba algo sobrenatural. Ya me daba la vuelta para salir lo más rápido posible cuando un ruido me sobresaltó; el asa de uno de los cajones se había caído al suelo. La curiosidad pudo entonces más que mi miedo y me acerqué para intentar abrir el cajón, pero no pude, estaba muy encajado, sin el asa no había ninguna posibilidad de tirar para sacarlo. Esta dificultad exacerbó mi interés y  haciendo fuerza con las uñas en las ranuras, conseguí abrirlo. En el interior había un libro. Lo cogí y salí de la habitación para poder  verlo con claridad cerca de la ventana. Estaba en bastante buen uso. Las tapas eran oscuras con los cuatro cantos de las esquinas protegidos por una moldura de metal ligeramente herrumbrosa. Lo abrí con mucho cuidado. Las hojas llenas de manchas de humedad de color marrón, dejaban ver unas tenues

rayas transversales muy finas y en la primera página se veía una caligrafía antigua estilo gótico con mayúsculas muy adornadas. La intensa sorpresa me cortó la respiración.  Había reconocido la letra de mi padre, decía así: “Valentina y yo nos casamos el 18 de Junio de 1.918” ¡Dios mío! Era el libro donde él acostumbraba a escribir los acontecimientos familiares. Yo recordaba como a lo largo de nuestras vidas, se había hablado muchas veces sobre aquel libro del que nadie conocía su paradero y, ahora, lo encontraba allí, escondido en un cajón en el que se había quedado ¿olvidado? durante años y a punto de desaparecer para siempre cuando la casa fuera demolida.

Seguí hojeando el libro. Algunas palabras eran ilegibles, borradas por la humedad y el tiempo. Leí nombres conocidos, sucesos recordados: “...Paquito se cayó en la playa y se rompió una pierna...” Más adelante: “...nos ha nacido otra niña...” y seguido el nombre de una de mis hermanas. Estaba emocionada, el temblor de las manos me ocasionaba dificultad para pasar las hojas y un sentimiento de profanar algo sagrado se apoderó de mí.  En una de las últimas páginas escritas leí: “El 29 de Mayo de 1934 nos ha nacido una niña muy rubia, se llamará...”