Su única verdadera distracción diaria eran unas dos horas de televisión que hacía funcionar con un generador eléctrico alimentado a gasolina, cuya reserva debía racionalizar estrictamente. Además, miraba televisión únicamente por necesidad y un imperioso deseo de compañía, pues consideraba la programación decididamente mediocre.
Pero ese era el precio que debía pagar por haber sido tan exitoso en su previa actividad. Y él sabía que tarde o temprano algo así estaba destinado a suceder. Ya se lo habían anticipado sus camaradas mayores muy claramente.
Por otra parte, era sólo una cuestión de tiempo. Tiempo para dejar sanar heridas. Tiempo para que el olvido aquietara un poco la furia de la tempestad de represalia. Aunque requería de su parte una tremenda disciplina mental para poder soportar la extrema soledad y las terribles privaciones, especialmente después de haber disfrutado por largo tiempo de toda opulencia concebible.
Basiliev había llegado a ser un destacado miembro en la jerarquía superior de la mafia rusa. Supo manejar con notable habilidad y eficiencia cualquier rama del negocio en la que decidiera aventurarse: Prostitución, drogas, mercado negro de armas, lavado de dinero, contrabando... Su posición allí era indiscutiblemente sólida. Sin embargo, era casi como una ley natural que el paso del tiempo traería un nuevo talento con ambición arrasadora. Alguien que desafiaría ferozmente su autoridad y experiencia para reclamar su puesto en aquella elite criminal.
Todo ese proceso Gori Basiliev pudo comprenderlo y aceptarlo con la estoica resignación de lo inevitable. Nunca cometió la imprudencia de intentar detener el lógico círculo de recambio.
Pero estaba decidido a no ignorar el reconocimiento de los primeros indicios de subversión, para saber alejarse a tiempo, sin humillaciones. Por eso siempre trató de obtener un máximo beneficio durante sus años de apogeo, y luego, mientras continuaba consolidando un fastuoso porvenir económico, aguardó atentamente a que el momento del relevo llegara.
Cuando pudo detectar las primeras señales inconfundibles de descontento y provocación de uno de sus más destacados lugartenientes, decidió dar un paso al costado.