Pero ello de ninguna manera significaba que simplemente abandonaría la actividad para resignar con mansedumbre su liderazgo. El poder es altamente adictivo, y un último gran sorbo de este elixir, haría el camino hacia el retiro mucho más tolerable.
Ahora, a la luz de la objetividad que le confería la retrospección, sonreía con malicia al repetir el análisis de su postrera acción en la exasperante calma de aquellas heladas tardes de invierno. La sagacidad manifiesta en ese último intercambio cada vez adquiría más visos de indiscutible grandeza creativa.
Toda la organización y logística desplegadas para efectuar la compra de aquel enorme cargamento de drogas, con la interminable lista de garantías de seguridad exigidas por el cártel productor; la reunión de la fabulosa suma en efectivo para el pago; la cuidadosa elección del sitio para el intercambio, mantenido en secreto hasta casi el último momento; y las infinitas precauciones que ambos bandos tomaran para una satisfactoria consecución del negocio, resultaron un fiasco colosal, hijo de la maestría de su talento planificador.
Aquella noche, la sorpresiva y totalmente inesperada aparición de las autoridades, resultó en la detención de los presentes, todos con abundantes antecedentes delictivos. Y luego del gran alboroto inicial, la policía pudo hallar con bastante facilidad, una modesta cantidad de anfetaminas y una pequeña cantidad del dinero original. Nada extraordinario, pero suficiente como para incriminarlos claramente. El resto de la mercadería, que eran las drogas duras de mayor valor, el grueso del dinero, y la persona de Gori Basiliev, se habían evaporado como por un magistral acto de magia.
Este último golpe determinó su actual retiro temporal en tan remoto paraje. Había gente muy peligrosa sumamente indignada con él. Gente que no habría de escatimar esfuerzos para localizarlo y redimir su orgullo herido y sus arcas menguadas. Esto Gori lo sabía perfectamente, y por lo tanto esperaba. Esperaba pacientemente día tras día. Siempre alerta en esa inmensa soledad.
En esa tarde, como en tantas otras tardes, las horas transcurrían pesadamente con su acostumbrada lentitud. Mientras estaba absorto en sus pensamientos, algo que no pudo definir ni explicar, hizo que Gori Basiliev se tensara aguzando todos sus sentidos. Levantó la vista hacia el amplio ventanal, pero todo parecía estar en orden y perfecta calma. Los únicos sonidos apenas audibles eran la suave música y el susurro de las llamas consumiendo los leños en el hogar.