Ellas me lo colocaron en mi vientre desnudo para sentir el calor de su cuerpecito y sus latidos... Comencé a llorar. Pero ahora era de alegría y emoción. Quería saber es si era niña o niño.
En seguida le llevaron para darle sus primeras atenciones, tomarle las huellas de su piecito, los pulgares y una fotografía, y después me llevarían al cuarto.
Una vez instalada en la habitación, mientras esperaba que me trajeran a mis bebé, pusieron una película para que me enseñara como amamantarle, como bañarle, al tiempo que iban llegando familiares, junto con una botella de Champagne, obsequio que dejaron en el cuarto con un paquete con su primer gorrito rosa, ¿Cómo..., no les dije aún? ¡Fue niña, así que tenía que ser rosa! Y todavía lo tengo guardado.
Tras sus primeros meses todo fue risas y alegrías, cambié mi cara amargada y llena de decepciones, por la alegría de mi niña.
¡Qué lindo…! Ponerle ropita de colores pastel, hacerle moñitos de colores, tratarle de peinar con su corto cabello, y por fin..., ser mamá. En eso se iba mi espacio y mi tiempo.
En cierta ocasión que estábamos bañando a mi niña junto con mi mamá que iba a la casa para compartir esos momentos conmigo, y de paso para que aprendiera como hacerlo bien, recuerdo que me empeñaba en hacerlo delicadamente, su pielcita fresca y tan delicada trataba de no sujetarla tan fuerte, para no hacerle daño, cuando de repente se movió resbalándose de entre mis manos. La niña lloró cuando la atajé con más fuerza para que no volviera a resbalarse, pero creo que respiró un poco por debajo del agua. Ese episodio le que quedó en el subconsciente, porque cada vez que le caía agua en la cara lloraba mucho y se desesperaba. Estaba aprendiendo a disfrutar de mi maternidad. Al mismo tiempo, Salvador también hacía su parte, llegaba de repente con un muñequito o sus canciones de cuna que él inventaba... Después de todo, era bonito verlo. Todo dolor se mitiga con la llegada de un hijo. Sus risas alimentan los días y hacen que el corazón se llene de alegría. Desde del primer minuto de su llegada, la vida ya no es la misma. Los niños traen a nuestra vida una transformación que nos alienta a ser mejores cada día. Al menos eso pienso y aunque para Salvador también lo era, había algo que le faltaba siempre... ¿Adivinen qué? Sí, seguro ya lo adivinaron… Su bebida. Y entre pelear a diario y el regocijo de tener a mi niña pasaron los días..., dos años; con la misma advertencia cuando tomaba: “Un día me iré y no vendré más, porque este ambiente no es para mí”… Solo eso era lo que sentía y decía, pero nunca lo cumplía. Sabía que ese día llegaría pero se me hacía eterno, ya que nunca era capaz de determinar el momento.