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126Pág.Pensamientos y esperanzas Ustedes los machos y nosotras las hembras

 

 Esta vez quería a mi mamá y a mi tía conmigo, pero nunca quería a Salvador ahí, sentía coraje hacia él, así que me sentía mejor con otras personas. Y ahí estuvieron. De nuevo, primero me la pusieron en mi estomago para tocarla después de hacerla respirar,  luego se la llevaron a bañar y a colocarle su gorrito rosa... y sí, era otra niñita linda, con mucho cabello, me dio risa, verla  tan pequeñita y con todo ese cabello grueso y abundante.

Seguí disfrutando de mi maternidad, ahora eran dos  alegrías  y mi tiempo más ajustado para repartir entre mis hijas y las obligaciones.  Pero me confortaba el tenerlas.

Cuando Salvador se iba, recuerdo que les hablaba de lo mucho que las quería y me pasaba el tiempo jugando con ellas y atendiendo mis tareas diarias. Sin embargo él era como un fantasma, venía a las cansadas, no parecía ver ni disfrutar de lo que tenía y me preguntaba yo,  por qué no éramos una familia feliz.  Hasta llegué a creer que todas las familias eran iguales, que todos los hombres eran iguales.

Era un sentimiento tan contradictorio. Por un lado mis niñas que me daban felicidad fortaleza y por el otro lado mi esposo, que me hacía perder toda esperanza de una familia,  y provocaba mucho coraje, por supuesto. ¡Qué fácil se va el tiempo...! ¿Verdad?, en ocasiones esos episodios se me olvidan, pero en algún lugar de mi mente  siguen presentes.

Es cierto, él de verdad trataba de cambiar por periodos  y no pensar en la bebida, pero al final eso era más fuerte que sus hijas y su esposa… que su familia.  El solo pensar en eso, la frustración era inevitable y otra vez asomaban mis lágrimas. Cansada me observaba en el espejo, cada día más desgastada, con esa expresión de eterna tristeza y me gritaba a mí misma...

—¿De qué te sirve llorar? Salvador nunca cambiará, seguirá siendo el mismo. Ya deja de tenerte lástima y ponte a pensar que ya no tiene lugar en tu vida.

Me observaba y no encontraba a la muchacha alegre que fuera... ahora mis ojos habían perdido ese brillo, tenía una mirada resentida, de animal herido y volvía a regañarme, a hostigarme con más dureza.

Todo eso lo podía decir, pero en el fondo era consciente que era difícil tomar la decisión, mucho muy difícil. Sentía que sin él no podría vivir. Nada iba a ser mejor. Y  simplemente no podía dejarlo... Por mi cabeza seguían retumbando las palabras que me repitió tanto... “Sin mí no vas a hacer nada... Quién te va a querer así... Mira que fea te ves... ¡No sirves para nada, eres una inútil!”