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115 Pág. Escritores Juan Carlos Merino

 

La guerra es como una partida de cartas: Nunca sabes que te saldrá en la siguiente mano —solía decirle el oficial que le adoptó a su llegada al regimiento, quien le enseñó los principios básicos para salir indemne de su primer enfrentamiento. Aparte de sus conocimientos, cuando le volaron las piernas y le mandaron a casa, también le dejó la baraja.

Marchaba tranquilo, envuelto en un aire de aturdimiento al que la engañosa paz que reinaba en el lugar contribuía de manera aplastante, cuando se topó con el muro. De un metro y medio de altura, serpenteaba a lo largo del terreno, desgastado por el clima y asaltado por líquenes, hongos, hierbas y ramas que le daban un aspecto antiguo, de abandono. Se dio un respiro, apoyado en la dura piedra que lo componía, mientras se preguntaba por su historia, reservada con toda probabilidad para los habitantes de la zona. El cansancio o la apatía, no supo decirlo bien, le empujaron a realizar un alto en el camino, sin que tardara el sueño en vencerle.

Morfeo le mostró sentado en lo alto del muro. Un grupo interminable de soldados caminaba a sus pies, todos envueltos en inquietantes sombras, con las bayonetas caladas, amenazadoras…

Despertó de repente.

Se pasó la mano por el rostro para quitarse la máscara provocada por la fatiga y el corto reposo, notándose la piel áspera y la boca pegajosa. A pesar de estar tibia, un buen trago de su cantimplora sirvió para refrescarle y recordarle lo mucho que necesitaba, o deseaba, darse una buena ducha. Se tomó unos minutos de sosiego para desperezarse, en los que percibió algún ruido cercano que decidió ignorar, vencido por la desgana, para levantarse después con tranquilidad, estirando los músculos agarrotados.

El hombre, de pie, al otro lado del muro, se sorprendió tanto como él. En un movimiento instintivo, ambos saltaron sobre sus armas, confiando en ser el primero en actuar.

¡Disparar, disparar, disparar!  La idea dominaba su mente con demencial zozobra sobre cualquier otra posibilidad.  Sintió un inmenso alivio al encontrar el gatillo y accionarlo, alivio que desembocó en pánico al notar que el arma no funcionaba.

Clac, clac, clac…