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117 Pág. Escritores Juan Carlos Merino

 

—Una vez, un tipo me dijo que la guerra es como una partida de cartas, que nunca sabes que te saldrá en la siguiente mano.
—Mi tío era muy aficionado al Poker. Lo mataron durante el desembarco —expresó sin mucho sentimiento.
—Supongo que lo siento —fue lo único que le salió.
—Sí —contestó el otro con tono de no creérselo demasiado.

—Yo también he perdido conocidos, compañeros de pelotón —comenzó a pensar en voz alta—. Es como en el colegio cuando ibas de excursión. Hoy le toca al empollón, pisa una mina y no quedan piernas que buscar. Mañana será el gordito de la tercera fila, que no ve venir el disparo. Siempre le dije que se agachara más.
—¡Y el ligón! ¡El que gusta a todas las chicas! ¡La metralla le destroza la cara! —se le unió riendo, mediante una queda carcajada, de manera que le sorprendió.
—No podía acabar de otro modo, el jodido idiota.  

Contagiados por la risa, al poco se encontraron envueltos en la destrucción virtual de sus respectivos compañeros de escuela trasladados en el tiempo al actual panorama bélico, e incluso transformaron a un viejo director de enorme mostacho en un orgulloso general de grandes charreteras. 

—A veces me pregunto dónde estamos metidos  —reflexionó una vez terminada la broma. Las cartas seguían bailando entre sus dedos, sin descanso. 
—¿No me digas que eres de esos que piensan en la muerte?
—Cada vez que matáis a un compañero  —el pensamiento, que guardó para sí, le entristeció—. Siempre la he sentido lejana, sabes  —se explicó a continuación—. En casa siempre temes que te alcance o alcance a uno de los tuyos, pero aquí es distinto, es… cruel.

El sonido de una explosión, incrementado por la carencia de sonidos artificiales en aquel lugar y momento, se dejó escuchar, no muy lejos.

—Tu amigo es listo. El que te dijo lo de las cartas. La guerra es un juego de azar.

Otras dos detonaciones le interrumpieron. Esta vez pudieron observar el humo provocado por las bombas al estallar, surgiendo de entre los árboles. 

—¿Qué tal tu rifle?  

Las cartas cesaron de moverse. A pesar de que no le apetecía comprobarlo, lo hizo con resignación