anterior
siguiente
Escritores
Antifaz
 
 

Solución  S. A.

Diez años, Susana. Son diez años y yo tengo que justificar por qué terminan. ¿Acaso es posible? No es culpa del formulario, al contrario, estará muy bien pensado. Todas las causas han de estar presentes, sólo que así, tan generalizadas… Seguro que a todas las hemos padecido alguna vez. Y si yo lo tildo todo, Susana, creerán que nuestro matrimonio ha sido un martirio y no es cierto.

Tampoco me parece optar algunas, sería como ponderar ciertos momentos. No, a cada cual lo suyo. ¿Recuerdas aquel cuadro que me pareció un matete? Tú te reíste porque estabas contenta ese día y mientras te sostenía a Tití rezongándome, ese peluche chino que costó tanto como pintar el auto, tus esclavas de oro, la de tu madre, la de tu abuela, fueron envolviendo formas, trazando puentes, esclareciendo el ritmo del artista. ¿Se podría elegir un par de manchas que lo representaran?, ¿verdad que no? Diría que yo era feliz porque tú lo eras, aunque mi propio perro muriera atado en el fondo hasta donde tenía que ir para poder acariciarlo. De ti aprendí esa vida que se compra, que es eufórica, pero que sustituye y es sustituida.

Cuántos ejemplos más podría darles, un sinfín de minucias cotidianas, sin que supieran nunca dónde colocarlos en este formulario. Pero yo debo marcar en los casilleros al margen de las hojas para que quede establecido un motivo que a nadie más le interesa y firmar en la última, esto es lo que ocurrió. Y adiós para siempre, Susana.

Es lujosa esta empresa, una vez adentro nada indica su función. Voy por un pasillo que te hubiera gustado, la luz cae sobre los cuadros sin molestar. No hay muñequitos como en Chagall, ¿o era Dalí?, ni árboles como los de Turner que tanto me gustan; son paisajes precisos y serenos. Tú te hubieras demorado en explicármelos hasta que, fatigada de escucharte, me reprocharas ¡pero vos qué vas a entender! Al final hay una puerta que se abre cuando llego y él me recibe, un amigo instantáneo que me ofrece su privacidad.

Estoy en una habitación extraña y demoro en acomodarme. Él lo sabe y me espera hablando de sí mismo, con las manos y el contrato inmóviles sobre la carpeta del escritorio. Me cuenta fragmentos de una vida ordinaria, como supone la mía, que van haciendo nuestra vieja amistad.

Entiende y perdona que me distraiga con los objetos que llenan el alrededor, son muy antiguos y de lugares muy remotos. Como si se pudiera tomar cosas de todos los tiempos para crear un pretexto.

 
  menu 77