
LA FAMILIA
Regresaba a casa del trabajo, con un poco de miedo, claro. Ya había pasado por diferentes hechos desagradables y la casa olía a miedo. Miedo a que hubiera otro conflicto más fuerte o quizás no tanto, a esas alturas, todo empezaba a cansar. Una vida así, sin sueños en conjunto se vuelve fría, sin objetivo alguno. Pero tenía algo por lo que yo quería seguir estando ahí: quería tener mis hijos. ¡Quería ser mama! Soñaba con tener a mis hijos, hablarles mientras estuvieran en mi vientre, como lo veía en las películas, arrullarlos dentro de mí. ¡Qué lindo sería! En las tiendas, al pasar frente a escaparates de ropita de bebe, empezaba a divagar e imaginarme con él ahí, los dos juntos. Tenía que continuar allí por ese motivo. Para eso una se casa, para formar una familia y sin hijos yo, me sentía incompleta, muy vacía por dentro.
Como venía diciendo... Llegué a casa, suspiré por un momento antes de bajar de mi auto, preparada para lo que viniera..., si él hubiera estado bebiendo. En cambio, si estuviera con su familia, solo me llamaría para decirme:“Vente para acá, ¿sí?”. Cuando estaba con ellos, bajaba la voz y se esforzaba por tratarme un poco mejor.
Era la 1.00 p.m. Buen tiempo, no me había demorado. A las 12.30 hs., salía del trabajo y él siempre calculaba la hora. Media hora más y tendría que estar en casa, sino era otro problema: sus celos. Siempre me repetía que yo me veía con alguien si me tardaba un poco más. ¡Qué dolor de cabeza!
Entré. No había nadie. Así que me cambié y empecé a limpiar, porque también tenía que ser muy cuidadosa con la limpieza, pues, además: ¡era una tremenda cochina! Sonó el teléfono, justo a la 1.10...
—Hola. ¿Ya llegaste?
—Sí...
—Qué bueno, ¿por qué no te vienes con mi mamá?