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Pensamientos y esperanzas
por Diana Ríos
Ustedes los machos y nosotras las hembras
 
 

—Está bien. ¿Qué vamos a hacer?
—Comer,  ella te invita.
—OK. Gracias.

Colgué y me dirigí a tomar las llaves del carro. Baje con prisa las escaleras, porque no me gustaba el elevador en demasía. Una vez en el auto, me dispuse a llegar a la casa de su madre, donde él  también aguardaba.

De camino, pasé con el carro por calles donde siempre había olor a agua estancada y en la esquina, al girar, alcancé a mirar a una señoras, de pié ante una puerta, con sus ropas transparentes y con un abdomen voluminoso algunas de ellas.

Otras, en cambio muy jóvenes, pero con exagerado maquillaje, riéndose de todo el que pasaba, mientras que con sus manos jugaban con una cortina ya despintada por el sol, que solo separaba la calle de un oscuro cuarto. Al mismo tiempo que el carro seguía su curso, no podía dejar de meditar sobre ese panorama. ¿Dónde estaban las madres de esas niñas pretendiendo ser mujeres o donde quedaban los niños de esas señoras grandes?

Al dar la vuelta iban quedando atrás los anuncios de los negocios que  miraba al pasar: “La Adelita”  o  “La Casa de Oro” que mi mente siempre ha guardado, por la impresión que me dejaba el lugar.  En muchas pláticas suele surgir el nombre de esa colonia... La Coahuila.  Un sitio muy popular entre personas de ciertos ámbitos de USA, porque es ahí donde ellos pueden ir a disfrutar de una forma “barata”. Disponen de variedad... Chinos, japoneses, americanos, italianos, hay para todos los gustos y exigencias, a la hora de pasar un rato “agradable”.

Ya  iba llegando a mitad de cuadra, cuando alguien sale a mi encuentro haciéndome señales. Alguien que conocía a salvador, se apresuró a decirme donde había un lugar seguro para estacionar, de modo que no me fueran a robar el carro.  Me abrió la puerta del auto y me dijo: “Salvador está en el supermercado” (Se podía mirar la admiración que todos los de ese sitio sentían por él). Le di las gracias y corrí para entrar al supermercado y no verme entre esas calles.

Era otro mundo.  Las primeras veces, debo confesar que mirar ese ambiente me causaba dolor, porque observaba a los pequeños sin ropa cuando era invierno, y a las mamás sin que les importaran de sus hijos. Algunas veces llegué a presenciar a hombres con sus parejas, discutiendo en plena esquina, diciéndose groserías, incluso pegándoles mientras los pequeños veían atónitos la escena.

 
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