También se visualizaba a las personas que bebían y que por su aspecto, llevaban más de un día en la calle. Repentinamente tras griterías con exclamaciones de: ¡duro, duro, duro! Se generaba un tumulto de personas a su alrededor, pues se había cruzado a puñetazos con otro en su mismo estado. Dándose una y otra vez, como si no les doliera nada y la gente deleitada con tales episodios. Yo salía en ocasiones, a ver qué estaba sucediendo y se me hacía tan crudo ver la sangre que les corría por la cara y ellos seguían y seguían, como si fuesen autómatas. El publico emocionado, los alentaba enardecidos, hasta que uno de los dos se derrumbaba en el suelo y se acababa la trifulca. A veces me asustaba, porque el derrotado se quedaba tan quieto que parecía que lo habían matado a golpes. Pero los demás hacían un ademan de haberse terminado la gresca y tan tranquilos seguían su camino. Al rato solo quedaba el golpeado tirado en la calle, o quizás llegaba la patrulla con su sirena, tomaban al agresor y al otro lo dejaban en el piso.
Debo confesar que me daba vergüenza estar en ese medio. Ahí estaban los padres y obviamente Salvador en medio de todo eso, porque allí se encontraba el local. Pero qué situaciones se vivían. Eran dos mundos totalmente antagónicos. En mi casa todo era confort y en donde tenía su negocio, todo era de terror.
También llegué a ver algunos hombres vestidos de mujeres, con sus pelucas y sus tacones altos; groseramente pintados porque era como inevitable la satisfacción de verse como mujeres lindas y tener un macho a su lado. Era curioso, porque había ocasiones que esos mismos hombres llegaban hablando como señores y vestidos como tales y después de unas horas regresaban totalmente transformados, con ademanes exagerados de mujer... “Ay ya me voy a la Adelita, Salvador, dame unos cigarros que estoy muy enojada, ¡porque Pablo me dejo plantada!” o quizás la otra cara, mujeres con sus pantalones de hombre y un cuerpo exageradamente pasado de peso, el pelo corto sus camisas de hombres, que fácilmente podían pasar por tales, hasta que hablaban y se sabía que eran mujeres. Y también lo habitual, cosas de parejas... Gente llorando porque se les había ido el amante y gritando que porque los habían dejado. Entre todo ese extraño y tan dispar mundo, también había deporte. Sí señor, jugaban football. ¿Fabuloso verdad?
Algunos de los hombres de la comunidad estaban integrados en un equipo de football, el cual era comandado por el “gran señor Salvador”, y él los conducía hasta el terreno donde jugaban, cerca del mar. También, les compraba la ropa para el equipo y éste tenía el nombre del supermercado. Algo que para mi esposo era “muy emocionante”. La cosa era que al término del juego entre todos compraban cervezas. Después de las dos horas que duraba el juego, cinco, bebiendo hasta que ya era de madrugada. Fue cuando descubrí porque Salvador llegaba tan tarde a casa y se olvidaba por completo de su esposa.