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Abuela Xanino
por Magda Rodríguez Martín
Los Cuentos de la Abuela Xanino
 
 

Por eso antes de salir, miró al cielo y como todavía se veían nubes de tormenta, cogió también su paraguas de cuadros por si las moscas y con todos sus “archiperres” comenzó a salir por el orificio de la tapa del desagüe. Pero por más que empujaba no había manera de salir, estaba tan lleno de barro que era imposible ni asomar el hociquito.

Milagritos que no se acobardaba, se estrujó cuanto pudo para colarse por una ren­dija hasta que, poco a poco, tirando del refajo de un lado y del otro, consiguió llegar a la superficie.

Cuando se examinó comprobó que estaba hecha una birria. El refajo sucio de barro, el pompón del gorrito deshilachado, había perdido una castaña del bolso, el paraguas tenía rota una varilla, los pelitos despeluzados...

Por suerte el regalo de Tadeo estaba intacto. Y para no causar una mala impresión en la fiesta, sacó el espejito del bolso y se acicaló todo lo que pudo porque Milagritos era también muy presumida.

Para llegar al girasol de su amigo cogía el atajo del canalón que estaba a lo largo de la pared de la casa que daba al Oeste y sin pensarlo más porque comenzaba a hacerse tarde, entró en él, subió hasta la mitad de la tubería y cuando se disponía a salir por el agujerito que había dejado un tornillo al caerse de una de las abrazade­ras, otra vez lo encontró tapado.

La suciedad de los tejados se había acumulado en la cañería y el orificio estaba taponado por un montón de barro, ramitas, piedras y papelotes que el agua había arrastrado.

La pobre Milagritos intentó sacar su cuerpo rechoncho por una pequeña abertura como había hecho al salir de su casa, pero esta vez fue inútil, incluso peor, porque se quedó atascada sin poder moverse ni adelante ni atrás.

Comenzó a respirar hondo para relajarse y no ponerse nerviosa pero tuvo que dejar de hacerlo porque se le llenaba la boca de la porquería que contenía el canalón y así aguantó sin saber qué hacer hasta que las lágrimas la cegaron.

Como sintió que comenzaba a asustarse, pensó que lo mejor era pedir socorro y se puso a dar unos gritos raros con la boca llena de barro que sonaban a algo parecido a un “¡go­rogorogoro!” que apenas se oía.

 
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