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Pensamientos y esperanzas
por Diana Ríos
Ustedes los machos y nosotras las hembras
 
 

Puedo jurar que se vestía mas juvenil que su hijo y obviamente muy amable, cuando no bebía). Ya llevaba un día tomando y estaba solo sentado en una cama, mirando a la nada, solo mirando; dudo que la escuchara,  mientras ellas solo emitía reproches.

“Ya ves, donde estabas..., solo tomas.... Y a mí me dejas  toda enferma, recuerdo cuando éramos novios, yo no quería vivir contigo, y cuando iba a las tortillas, ¿recuerdas? Yo tenía apenas quince años y ahí estabas detrás de mí, esperando a que saliera para irme a perseguir...”
“Ay mujer, cómo te acuerdas”, le decía apático.
“Claro que sí —seguía repitiendo la señora—, ¡cómo no voy a recordarlo!, si me chiflabas y  no dejabas que nadie se parara a platicar conmigo porque ya ibas y me reclamabas.

Acuérdate que yo no te quería ni ver y cuando cumplí los diez y siete años me llevaste a la fuerza a tu casa y le dijiste a tu mamá que nos íbamos a vivir juntos y yo por miedo a mi padre, no pude hacer nada. ¡Viejo carajo!, ¿qué querías?, ¡si todo el tiempo lo recuerdo...!  Así que tuve que casarme contigo y todo... ¿Para qué? ¡Para verte beber y cómo te ibas todo el tiempo con otra  mujeres!”

La madre de Salvador volteaba dirigiéndose hacia mí, porque veía que su esposo ya se estaba durmiendo. “Si de verdad Rosita, yo no quería y todo ¿Para qué?, después mira cómo me tiene, con una bolsa en mi estómago por la operación que me hicieron, y esto fue por una vez que me golpeó y perforó la vejiga. Desde entonces me daban unos dolores espantosos, que no podía estar en ningún lado. Tuve que ir al doctor yo sola porque él no me llevaba, se la pasaba con sus amigotes, pero yo con mis dolores y mis chamacos.  Y sigue así aún de viejo tomando, yo no sé a qué les sabrá la cerveza, solo los embrutece. Pero buenos catorrazos que me daba ese viejo. Que yo solo decía hay, hay, hay…”

Enseguida entró Salvador y le dijo: “¡Ya má, no siga.  Le va a hacer daño recordarlo, yo por eso no quiero pasar por lo mismo. Después se dirigió a su padre y le dijo: Y usted apá, ¡mire nada más como anda!, ¿no le da vergüenza? Tan grandote y todavía bebiendo. Ahí lo tuve que sacar de la cantina... Ya era hora que se viniera con mi mamá y no ande de fachoso en la calle”.
A todo esto, miraba a mi alrededor, sin saber qué decir o hacer. Una sola vez había ido a ese supermercado antes de casarme, una sola vez, porque le decía que no me gustaba. Él siempre me decía que era porque mis papás me habían mantenido en una caja de muñecas y que la vida no era así. Que ya estaba grande y tenía que aprender que todo eso también era la vida. Que no temiera que todos en esa área lo respetaban y lo querían, que a mí no me pasaría nada. ¡Y claro que no!

 
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