Después de tomar asiento detrás del elevado banco desde donde presidirían las acciones, el miembro del trío que parecía de mayor edad, sentado en el medio, golpeó repetidamente su mallete para llamar la atención de los presentes, mientras carraspeaba ligeramente para dirigirles la palabra.
Con una voz débil y temblorosa, que hizo que todo el mundo alargara sus cuellos y ladeara sus cabezas apuntando sus oídos más aptos para escuchar, comenzó sintetizando las alegaciones por las que se sometería a juicio al reo, sentado impasible detrás de una pequeña mesita junto a su abogado, a la derecha de los jueces.
Una vez que hubo finalizado su breve introducción, el letrado invitó al fiscal, sentado a la izquierda de Sus Señorías, a ponerse de pie para exponer su alegato y así dar iniciación al procedimiento del juicio.Sir Oswald Barrymore se levantó muy despacio, con una hoja manuscrita en su mano izquierda, mientras que con la derecha se alisaba perpetuamente su larga barba gris. Una vez que eligió las palabras adecuadas para producir un mejor efecto, se dedicó a explicar con voz clara y firme que la grave acusación contra el Capitán Spencer no contaba con ningún precedente en la jurisprudencia británica. Por lo tanto, el caso debía ser meticulosamente escuchado y evaluado por los presentes y los jueces actuantes. La integridad de la conducta moral de los hombres de mar estaba en juego. La hombría de los rudos marinos ingleses era seriamente cuestionada y el honor de todos ellos dependía del resultado de ese juicio, para no convertirse en el hazmereir de los siete mares del planeta.
El silencio en la sala era absoluto. Todos los rostros se hallaban ansiosamente absorbiendo cada palabra que se decía y sólo los sigilosos pasos de quienes llevaban las noticias afuera, podían ser escuchados como tenue ritmo de fondo.
Nadie en el navío había presenciado el hecho. Sólo la víctima y el acusado parecían saber la verdad de lo acontecido. El fiscal llamó a declarar a su único testigo, el contramaestre afectado, o lisa y llanamente, el violado. Este tomó asiento en el banquillo correspondiente, visiblemente nervioso y muy avergonzado ante la gran cantidad de público presente. Sir Oswald fué derecho al grano:
- Mister Put, ¿Puede usted decirnos en sus propias palabras qué fue lo que sucedió en la madrugada del día que nos atañe?