Escritores
Eba Reiro
 
 

Te lamo desde el primer día que se cruzaron nuestras miradas de rayos láser y nos abrasamos de amor la cara.
Te lamo cuando hablas sonámbulo y me muerdes la nariz en tu sueño de tartas de queso siderales.
Te lamo en lontananza del cuarto de baño a la cocina.
¿Te acuerdas de cuando te dije “te lamo” por primera vez?
Tan jóvenes e inexpertos. No sabíamos aún si éramos fetos de humano o de gallina.
Hasta que llegó el momento en el que te atreviste a corregirme: “No, cariño… se dice: te amo.
Y salí corriendo.
Es que siempre te empeñas en asustarme.

 

 

COSMOFOBIA
(O cómo idolatrar a algo nimio)

El mismo Sol que tuesta mi coronilla, que esparce sus fulgurantes ramas por aquí, en mi cabeza ignífuga, sorteando mis pelos rojizos entre el cuero cabelludo, ése es el mismo sol de Hitler y su bigote afeminado.
El mismo Sol de Bill Gates, de las manos invisibles, de los alienígenas y del resto, los esclavos. 
El mismo astro de María Antonieta y su olor avinagrado, del polvo de arroz de su cara, remarcándole los poros de la piel y de sus ojeras rosas y violetas a contraluz.
El mismo Sol que iluminó a los indígenas americanos, a los esqueletos por los que pisas, a Stalin, a Beethoven.
La misma bola de Maradona, que gira por la patada más fuerte de dios, de dios sabe quién.
El mismo Sol de los mil nombres, Ra, Lorenzo, lámpara cósmica.
El mismo Sol que provoca estallidos subterráneos de miles de semillas.
El mismo Sol al cual, nunca le rezan las flores ni los caracoles.
La misma puta esfera que odia que le llamemos estrella, porque no se parece en nada a las estrellas de mar, a ninguna mujer de tal nombre, a ningún actor de cine.
El mismo Sol que nunca se fue a dormir. Que no piensa, y por eso no sabe que su nombre viene de Soledad.
Y  aquí está, asomándose tímido entre nubes a las que supera tres mil billones de veces en tamaño.

 
continua
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