Este amigo y ahora colaborador de ZK 2.0, ya no necesita ser presentado, pero si quieren saber más sobre él, en la revista nº 14, hemos publicado parte de su trabajo e historia. El resto, lo averiguarán ustedes. ¿Cómo? ¡Leyendo sus obras, claro! Allí descubrirán de qué madera está hecho este excelente escritor.
No se lo pierdan.
Plenilunio de mi Juventud
Un poco jadeantes, con las mochilas a nuestras espaldas, ascendíamos por el agreste camino de tierra, entre chanzas y risas de mozalbetes de 16 años, compañeros de estudios en busca de aventuras en reiterados paseos de un par de días, con destino al otro lado del cordón montañoso de la Cordillera de Nahuelbuta. Atardecía ese verano cuando partimos de nuestra ciudad con un sol que se aprestaba a dormir en el mar; nos detuvimos en un lugar que la tupida vegetación nos permitió ver parte del puerto y el espectacular cielo teñido de azul, verde y rojo, entre tonalidades que sólo los pintores son capaces de captar; el reflejo en las aguas del Pacífico nos dejó mudos y uno de mis cuatro compañeros musitó: “¡Qué lindo!”
Una carreta tirada por rumiantes bueyes y un campesino junto al yugo nos brindó un "¡Buenas tardes, amigos!", con ese gracejo y acento cantarín que tanto nos gusta a los citadinos. Respondimos al saludo casi a coro, pues conocíamos de sobra la hermosa costumbre de la gente del campo que, aunque empolvados por el transitar en la tierra gredosa, tienen una mirada limpia como sus mentes y sus ropas con olor a hierbas y a nobles maderas.
De hecho nuestros padres nos dejaban salir en esta aventurillas, conocedores de nuestras juveniles imaginaciones y que éramos quitados de bulla, muy hábiles para esquivar problemas. También sabían que usábamos muy bien la educación y, llegado el momento, la diplomacia. Soñábamos con encontrar tesoros perdidos o alguna oculta mina de oro, pero no recuerdo haber encontrado ni siquiera una mísera moneda; eso sí, teníamos amigos en todo el recorrido que nos llevaría hasta un valle regado con un hermoso estero, donde siempre nos recibían con regocijo sus habitantes, a quienes entregábamos harina, yerba mate, azúcar y tarros con alimentos que son muy apetecidos por las dificultades propias de quienes viven lejos de la ciudad.
Cuando ya bajábamos el sinuoso camino, cruzado por numerosas vertientes que depositan su exquisita agua en el estero, la penumbra de la noche que se aproximaba nos sorprendió. No nos preocupamos, pues sabíamos que esa noche la luna llena sería nuestra luminosa compañera.