SORPRESA
Mi familia, ¿qué les puedo decir de ella? Era ese típico núcleo donde todo giraba en torno a esa mamá de años atrás, con los tópicos de mansedumbre y servicio. Hecha a medida para atender al esposo, hacer la comida, tejer todos los días, en fin, el centro donde recaía toda familia. Con un aguante a toda prueba, ya que se había casado y antes las cosas eran así. La mujer tenía que estar con el hombre pasara lo que pasara. Sin embargo, que en mi casa mi padre no era abusador ni un irresponsable. Muy por el contrario, nunca lo vi llegar tarde a la casa, ni beber y el fumar, lo dejó cuando mi hermana contaba apenas tres años y se percató que no se le acercaba por el olor que producía su aliento, por lo que decidió no fumar más pues prefería el abrazo de su hija. Somos seis de familia, pero entre ellos solo dos mujeres, que jamás se les tocaba porque a la mujer se le respetaba y no se le insultaba, mucho menos maltratarla físicamente.
Cuando recordaba todos esos consejos y la actitud ejemplar de mi padre, me resultaba increíble que estuviera pasando por ese matrimonio, donde todo era como un cuaderno de hojas que no tenía orden ni coherencia. No le encontraba ningún lado positivo. Menos aún, cuando Salvador bebía y comenzaba a contar sus chistes baratos; para muchos era el rey de la fiesta, todos le alagaban porque era divertido... Menos para mí. Tristemente esos chistes siempre iban acompañados de su bebida preferida y sabía que no era una sana actitud.
El tiempo paso lento para mí. El llanto en mis ojos era habitual, encerrada entre esas frías paredes donde nadie viera mi calvario, y mucho menos su familia, porque no iba a causar lástima a nadie. Eso era seguro. Aún conservo muy marcado y no se pasa desapercibido, ese dolor en el estomago cuando me insultaba. Mi alma se quebraba en un profundo suspiro. Las migrañas que me producía su terco proceder, me resultaban como cuchillos helados incrustándose desde la punta de mis cabellos erizados, atravesando mi garganta hasta cerrarla, lacerarla. La boca se secaba poco a poco hasta quedar marchita. En el pecho oprimido se alojaba todo ese dolor que llegaba hasta mis pies temblorosos, indecisos, denigrados.