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Pensamientos y esperanzas
por Diana Ríos
Ustedes los machos y nosotras las hembras
 
 

El mal rato que me hacía pasar, me marcaba lo inútil y poca cosa que era para él, me refregaba mi condición de “buena para nada”. Justamente aprovechaba cuando estaba contenta para dejar caer una palabra altisonante y despectiva que desencadenaba todo ese proceso ignominioso.  No sé qué podía esperar de él...  Lo único que mantenía mi coherencia íntegra era la firme convicción, que no era para mí esa vida,  que nada allí funcionaba bien y que las esperanzas de una vida hermosa, se diluían cada vez más, hasta que solo me quedó una indigna resignación nada saludable, sin esperanzas de futuro.

¿Les cuento algo? Al razonar todo ese proceso, siento con horror que empezaba a adaptarme a esa vida, a verla como “algo normal”. A asumir su ciclo: Beber, pelear, lastimar, llorar, dormir, perdonar. Empezaba a formar parte de ese círculo macabro donde la opción era mi clausura y negación. ¿A qué me refiero?  En principio, a  evitar ver a mi familia,  no hablar con ella para que el montaje de que “todo está perfecto” continuara. El estar en contacto estrecho con ellos que pertenecían a un mundo distinto no me permitiría seguir con esa charada y terminaría quebrándome. Sobre todo quería ahorrarles un enorme disgusto.  Ya saben que a las madres nadie las engaña, y enseguida venía una pregunta... ¿Te pasa algo?  Con esfuerzo, cada vez mayor le expresaba ese: ¡No,  todo está muy bien!

¿Cuánto tiempo podría seguir engañándola? Era muy obvio que cedería en la primera presión de su parte y no tenía sentido provocarle  preocupación... Mi vida ya no tenía solución... Por lo menos, eso yo pensaba.

Y ahí estaba yo con mi sonrisita dibujada, para matar cualquier duda.

—¡Rosita, me preocupas! Me insistía mi madre cuando quedábamos a solas.
—¿Por qué? —porfiaba yo—. ¡Todo está muy bien! Mira, ayer Salvador me trajo flores por nuestro aniversario. Fuimos a comer  y todo estuvo  perfecto... ¡Mejor imposible!

Enseguida escuchaba: “me da gusto, hija”, pero sus palabras dejaban entrever  su incredulidad sobre mis afirmaciones.

Algo cambio mi vida de repente.  Un día, fue al levantarme que empecé a sentirme diferente, ya no era la misma. Había momentos que me sentía extraña, como que me quemaba la piel; tenía siempre mis ojos enrojecidos y por las tardes  sentía mucho cansancio y sueño, casi a diario. Eso me parecía raro, hasta que fui al médico. Me realizó una serie de preguntas, entre ellas desde cuando notaba la ausencia del período. Le dije, que apenas dos semanas notaba su falta.  Me mandaron a realizar un Test de embarazo. Al verme nuevamente el doctor me recibió diciendo:  ¡felicidades, está embarazada…!

 
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