Me lastimaron tanto sus palabras, que ese día en la tarde de la manera que pude me levanté y barrí la casa, la limpié. De a ratos me paraba y me recostaba. Acariciaba a mi niño y enseguida proseguía. Aunque sabía que era peligroso, pero sus palabras retumbaban en mi cabeza, quería demostrarle que no era una floja, que sí podía. Pero ¿qué clase de madre estaba siendo? ¿Pensar más en lo que va a decir mi esposo, que en el bienestar de mi bebé? ¿Qué pasaba por mi mente? Quería que alguien me lo dijera como si fuera una receta y que la vida me trajera un milagro para que todo el malestar desapareciera.
Y como las cosas no podían estar peor, llegó Salvador, por consecuencia mis dolores de cabeza y malestar llegaron con él. El resultado fue, que no había sido buena idea. Salvador se enojó, pero ahora pasé de ser una huevona a una irresponsable porque traía a su bebé dentro. Pero, ¿se daba cuenta realmente de lo que era un hijo?
Y yo, sobre todo yo, ¿acaso me daba cuenta de la gran responsabilidad de traer un bebé en mi vientre? Si así había empezado mi embarazo... ¿De qué manera o de dónde iba a sacar valor para que las palabras absurdas de mi esposo no intervinieran y me resbalaran, para que la salud de mi niño no fuera puesta en peligro?
“Sí señora, tiene que venir rápido al hospital”, me dijo el médico, al decirle que mi vientre me dolía cada vez más y que no podía ni caminar… Lo primero que me pregunto al llegar a su consultorio fue si había levantado cosas pesadas... A lo que contestaba que no.
—Señora, ¿alguien la hizo enojar?
Y prosiguió un silencio largo, con muchas incógnitas para el facultativo, a quién no le decía todo lo que realmente sucedía.
Ya había pasado por muchas cosas. Para este tiempo había aprendido que no era mi lugar. Me sentía perdida. Saber que tenía que salir de allí, representaba dejar atrás todas mis ilusiones. Lo único que repetía en cada discusión era:
—¿Sabes? Yo no sirvo para estar aquí. Un día de estos no aguanto más y me voy, me largo —. Él solo se reía.
—¿Qué crees? ¿Quién te va a aguantar? ¡Nadie va a querer estar con alguien como tú!
Sus palabras me ofendían más que los golpes. Pero no importaba todo lo que dijese. Dentro de mí algo me indicaba, que entre más duro fuera la ofensa, tendría más valor para salir de allí.
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