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Rincón policial
por Jaime Olate
Casos verídicos, cuentos, charrascos...
 
 

—Unas risitas aisladas y terminaron por callar todos; el Comisario lo miró, movió la cabeza.
—Señor Carrados, ahora le doy la bienvenida oficial delante de nuestros colegas. Usted ocupará el dormitorio del balcón donde se iza la bandera.
—Nuevas risitas y miradas de complicidad, el Detective Carrados no se molestó y continuó atento a su nuevo Jefe—. Según mis “valientes” funcionarios nadie quiere ocupar ese dormitorio porque en la noche andan penando, es decir…, hay fantasmas.

Lo último lo dijo con sorna, dejando un aire de incomodidad entre sus subalternos.

—Señor —el más antiguo se atrevió a replicar—, no hay explicaciones fundadas a los gritos y ruidos que se escuchan en la medianoche. Nos preguntamos entre nosotros por qué el millonario vendió a la Policía de Investigaciones esta preciosa casa mucho más barata que su valor real. ¿No cree que haya algo extraño aquí?
—Mire colega —la voz del Jefe sonaba irónica—, los cuentos de viejas no deberían hacer mella en los policías que no le temen a nada.

Durante la jornada trataron de molestar a Carrados con las historias de fantasmas y apariciones terroríficas en el cuartel, pero no pudieron siquiera sacar una mueca a la cara de piedra del novel Detective. Esa noche arreciaron las burlas cuando se retiraron a descansar, Carrados se tapó y comenzó a dormir como un bendito. Un sonido extraño lo despertó, se levantó y caminó sigilosamente hacia la puerta, mientras lo hacía escuchó claramente la voz de una mujer que gritaba aterrorizada: “¡No, no, nooo!”

El desgarrador grito dentro del dormitorio hizo que acudieran los otros funcionarios solteros; la voz se fue apagando con un eco quejumbroso. Si pensaron encontrar a un Carrados temblando de miedo, se equivocaron, pues sólo lo vieron abriendo los roperos, puerta tras puerta, en busca de una explicación racional.

El silencio volvió al lugar; los colegas se retiraron haciendo comentarios sobre la frialdad del “muchacho nuevo”. Ya no hubo más ruido.

Durante el día se efectuaron las labores propias de la policía, pero Carrados estaba más callado que nunca. Lo vieron examinar el cuartel en cada rincón; preguntó a sus compañeros por la casa trasera, vecina a la Comisaría hecha sobre un pequeño cerro.

Caprichos de gente rica, le dijeron. Al observarlo, vieron que sus ojos brillaban, mientras se tomaba la barbilla en un gesto muy particular.

 
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