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Escritores
Jaime Olate
 
 

     Al examinarla, siempre a hurtadillas, comprobé que se trataba de una joven de la gran ciudad, tanto por sus vestimentas, pelo rubio muy cuidado, como por su desparpajo y su culta manera de expresarse. Muy sobrina del dueño de casa podría ser, pero de ninguna manera pertenecía a ese campestre mundo.
     En silencio la seguimos hasta una galería donde habían puesto improvisadas y largas mesas montadas en caballetes. Había sentados chicos y chicas, un poco mayores que nosotros que fumaban y hablaban en voz alta; aparentemente eran amigos de ella y sus copas estaban medio llenas de vino. Nos miraron con curiosidad, me sentí molesto y hablé con voz entera y fuerte.
       —Hola, buenas noches a todos —contestaron a coro, rieron y siguieron con su alegre parloteo.
      Alguien nos sirvió un  trozo de carne asada, acompañado de ensaladas y un gran vaso de vino. Después de ingerir la bebida alcohólica, nos envalentonamos y comenzamos a conversar con los bullangueros de tú a tú.
     En la sala del velorio ya no rezaban, se oyó el pulsar de la desafinada guitarra, que repetía monótonamente dos arpegios y la voz quejumbrosa de un campesino entonó una especie de cántico en versos, donde elevaba una oración al Taita Dios que escuchara su ruego por el eterno descanso de la finada, haciendo hincapié en sus virtudes que la acreditaban para entrar en el Santo Reino. En las últimas rimas, al pobre, que estaba muy bebido, se le escapó un "gallo" que hizo carcajear a la irreverente juventud.
     El velatorio continuó, ahora con la intervención de todos los adultos, quienes comenzaron el juego de las adivinanzas, la mayoría muy ingeniosas que implicaban un doble sentido dirigido al sexo, pero cuya solución no tenía nada que ver con éste, provocando maliciosas sonrisas. Entretanto la bella rubia, se las ingenió para sentarse  a mi lado y su cálida pierna quedó apegada a la mía. Sentí un agradable calorcillo, quise retirarme un poco, creí que todo el mundo nos miraba; fue en vano, ella con una picaresca mueca, conversando con el resto de los presente, nuevamente toco mi pierna con la suya. Alegremente nos invitó a un juego que se acostumbra en esos lugares.
Aceptadas las condiciones empezamos el juego un total de 18 jóvenes, bajo la comprensiva mirada de la gente adulta que continuaron su "fiesta" aparte. No faltó el chusco que comenzó a pintarrajear con corcho quemado la cara de uno de los campesinos que se había quedado dormido en su silla; continuó la gracia con un gordo que también dormitaba y a ambos les dibujó cuernos en la frente, les ennegreció el extremo de la nariz, terminando con barba y bigotes. Acto seguido procedió a despertar a uno de ellos, diciéndole  con alarma: "¡Amigo, amigo, despierte miren  que lo quieren agarrar pa'l  fideo!". La víctima del bromista despertó  sobresaltada y éste le señaló al otro dormilón igual de pintado, ya despabilado  dio inicio a estremecedoras carcajadas, burlándose de su compañero de infortunio; todos reían de buenas ganas y aumentó el jolgorio cuando señaló con  un dedo al rechoncho que roncaba y, tomando del brazo al chistoso, le dio las gracias por haberlo despertado.

 
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