El gordinflón abrió los ojos con la chacota y comenzó a carcajearse también, mostrándose mutuamente ambos camaradas marcados por la chirigota.
Algunas señoras salieron al patio, aparentemente para no orinarse con tanta hilaridad. La comedia terminó cuando el flaco y desdentado campesino quiso secarse las lágrimas que brotaban de tanto reírse y vio que sus dedos resultaron teñidos; como no era tonto, se restregó toda la cara comprobando que él era uno de los involuntarios payasos. El regordete quedó "cachudo" y también se examinó su rostro y hubo un momento de suspenso porque ambos se mostraban molestos; pero el hábil ejecutor de la diversión se apresuró a llevarles sendos vasos de vino y los tres terminaron bebiendo aún estremecidos por los jocosos momentos recién pasados.
Entre tanto, Elena, que así se llamaba la sobrina del dueño de casa, pidió que juntáramos las manos como si rezáramos; luego ella hizo lo mismo con un anillo escondido entre sus palmas y comenzó a recorrer el grupo, deteniéndose ante los participantes pasaba sus blancos dedos entre las extremidades de ellos, mientras decía:" Corre el anillo por un portillo..." y cuando su delicada piel pasó entre las mías, la traviesa movió su índice haciéndome cosquillas en una de mis palmas; por supuesto no tenía nada que ver con el juego y me ruboricé un poco.
—¿Quién lo tiene? —preguntó a uno de mis acompañantes; éste señaló a una chica rubia que lo miraba mucho, pero ella abrió sus manos y no estaba allí la alhaja.
—¡Prenda, mi caballero! La tiene Pepe —uno de nuestros nuevos amigos mostró el anillo. El perdedor debió entregar su reloj que debía rescatar como parte del juego.
La recuperación de las prendas tuvo ribetes muy cómicos. A mi amigo Mauricio la alegre Elena lo hizo beber una botella de vino como penitencia; a una humilde chica lugareña le impuso como compensación besar en la cara a uno de los bien vestidos futres; le costó decidirse y aproximó sus labios a la mejilla, pero el muy tunante volteó el rostro y la pobre niña lo besó en plena boca, ante la burla de todos.
La hermosa entregó el puesto a otra de sus amigas, quien siguió el juego con igual maestría, mientras ella se retiró. Cuando la reemplazante pasó sus manos entre las mías, se inclinó y me susurró al oído: " Elena te espera junto al fuego". Sentí tanta confusión que mi rostro ardía, pero con disimulo miré hacia afuera y vi la figura de la buena moza recortada contra la fogata.
Todos estaban muy ocupados en la diversión, mi corazón latía apresuradamente; mi natural timidez de adolescente intentaba detenerme, mas la ingesta alcohólica había hecho su efecto. Con decisión salí, me acerqué a ella y ambos caminamos en silencio hasta las crepitantes llamas; nadie parecía prestarnos atención, todo el mundo estaba entretenido en conversar y reír, en comer y beber, total se trataba de un velorio y había que pasarlo bien.
—¿ Quieres contemplar la luna desde los sauces? Allá, junto al estero— lo dijo mirando al fuego. Su voz me sonaba suave y dulce, ya no había burla en ella.