—Rufus, que sorpresa —exclamó la señora Claus, apagando un poco su sonrisa frente a la figura desencajada que no le llegaba más que a los hombros—. Te ves terrible. ¿Sucede algo malo?
—Preferiría hablarlo con el jefe si no le molesta, señora Noelia —dijo respetuosamente Rufus bajando la vista.
—No, por supuesto que no me molesta, pero es que el señor Claus está muy cansado y durmiendo tan plácidamente que no quisiera perturbarlo. Dime que pasa Rufus y déjame echar una ojeada a ver si puedo solucionar algo yo misma. Vamos.
—¡No! —El capataz se interpuso de un salto entre Noelia y la entrada al taller, rojo hasta las orejas puntiagudas–. Es... Es algo urgente que, tengo que... Debo hablar con Santa... Lo siento...
—Muy bien —expresó la señora Claus un tanto ofuscada por la actitud intransigente del capataz—. Como tú quieras. Iré a despertarlo. Pasa y aguarda unos minutos, por favor.
Mientras la señora Noelia con paso grácil desaparecía dentro de la sala, el gnomo repartía el peso de su cuerpo alternativamente sobre una y otra pierna a cortos intervalos, dando saltitos, lo que revelaba su gran angustia. Al cabo de un rato que le pareció eterno, se asomó la imponente silueta de Santa Claus caminando pausadamente, mientras se acariciaba la barba y lo miraba con creciente curiosidad. Le apoyó una mano sobre el hombro, mientras le decía:
—Dime amigo Rufus, ¿Qué sucede? Nada puede ser tan grave cuando la producción venía tan bien y estábamos casi terminando. Cálmate, deja de temblar y habla de una vez.
Rufus tragó saliva y en lugar de intentar una explicación que nunca juntaría el coraje de dar, tomó a su jefe de la mano y lo condujo hacia el taller, ocupándose primero de cerrar cuidadosamente la puerta tras de sí.
Mientras caminaban, Santa presintió que el asunto era grave cuando comenzó a notar la falta del bullicio típico del trabajo, así como la ausencia de los trabajadores. Nadie estaba en su puesto. Miró inquisitivamente a su empleado y éste balbuceó, mientras lo conducía casi corriendo hacia el fondo del taller:
—Tuve que salir por algunos repuestos Santa. Lo de rutina. Sólo me llevó un par de horas... Y cuando regresé, me encontré con todo esto... ¡Ay, ay, ay! —dijo con una mueca de dolor, señalando con mano temblorosa hacia el piso de madera al final del amplio galpón.
Santa Claus no podía dar crédito a sus ojos. Tirados sobre los tablones se hallaban en variados estados de intoxicación, la gran mayoría de los gnomos trabajadores y varios muñecos. El panorama era sobrecogedor, literalmente.